TODOS los partidos políticos, sin excepción de su ideología, tienen como objetivo primordial antes de las elecciones reducir el fraude fiscal. Sin embargo, nadie lo hace. ¿Cómo se explica? La intuición es muy sencilla: aquellos que tienen mucho dinero tienen los contactos necesarios para poder defraudar las cantidades que deseen. Así, no importan los esfuerzos de los gobiernos. Siempre habrá algún agujero por el que podremos evitar el pago de impuestos, con lo que se podrá desviar el dinero a lugares en los que la imposición sea más baja. Desde este enfoque, la única solución a este problema es suprimir los paraísos fiscales.
Además, las palabras son muy delicadas, ya que debemos tener mucho cuidado con una doble clasificación. Una operación financiera puede ser legal o ilegal. La idea es obvia, en el primer caso dicha operación está amparada por la ley; en el segundo, no. Por otro lado, una operación financiera puede ser moral o inmoral. Ni todas las operaciones legales son morales, ni todas las ilegales son inmorales, aunque en general sí lo sean. Además, mientras que la ley está clara (aunque existen márgenes en los que está sujeta a interpretaciones de los jueces) lo que es moral o inmoral no es evidente. Existen personas que deciden desviar su dinero a paraísos fiscales ya que su lugar de residencia lo consideran un “infierno fiscal”. Por lo tanto, desde su punto de vista, su operación es moral. También existen casos en los que se intenta pagar la menor cantidad de impuestos posibles, aunque se pueda considerar inmoral no aportar riqueza a la sociedad en la que vives. Es una definición curiosa de comunismo: “Lo mío para mí, lo de los demás a repartir”. Al fin y al cabo, estas personas disfrutan de servicios públicos sufragados por toda la sociedad con un principio inexcusable: contribuir según la renta personal.
En definitiva, tenemos un primer problema: no es fácil cohesionar las palabras y los hechos.
Sin embargo, hay un problema más grave. El trato de la sociedad y de los jueces al presunto defraudador. Sin duda, ha existido una mayor indulgencia con Messi o Ronaldo que con Urdangarin o Imanol Arias. ¿Cómo se explica?
Los primeros (que han demostrado una falta de ejemplaridad preocupante) son depositarios de los sueños y alegrías de millones de personas. Ya no creemos en los Reyes Magos, creemos en los futbolistas aunque sepamos que el fútbol es un negocio del que unos pocos se aprovechan a costa de los sentimientos de los demás. Para comprender esa idea, bastan dos ejemplos. Primer ejemplo, la barbaridad que supone hacer un Mundial de fútbol en Catar. Además, igual de demencial es jugar en invierno suspendiendo los campeonatos nacionales que hacerlo en verano a una temperatura asfixiante. Pero todavía hay algo peor: la gran cantidad de personas que han muerto (muchos son inmigrantes sin derechos) construyendo los campos de fútbol en unas condiciones laborales calamitosas. Segundo ejemplo: que juegue en la Champions League un equipo de Kazajistán, país incrustado en el centro de Asia. ¿Tendrá que ver algo que el país (una dictadura liderada por Nursultán Nazarbayev) nade en gas y petróleo?
Respecto a Urdangarin o Imanol Arias, diremos que en el primer caso la indignación puede ser razonable: parece que se aprovechó de su puesto para hacer negocios. En el segundo, sin embargo, las críticas han sido enormes. Posiblemente sean justas, pero la diferencia de trato mediático es preocupante. Tiene sentido que los periodistas deportivos sean más indulgentes con los futbolistas de élite: en cierta forma, viven de ellos, y son difícilmente sustituibles. Sin embargo, si cambiamos de actor y una película o serie televisiva es muy buena, el espectáculo no se resiente tanto. Por eso, las críticas en unos y otros casos tienen una magnitud diferente, aunque el hecho sea el mismo.
Por último, está el trato judicial. Causa especial estupor el caso de la familia Pujol: incluso noticias recientes comentaban que sus negocios seguían funcionando viento en popa. ¿Cómo se puede permitir eso? ¿Cómo se explica esa indolencia judicial? Sí, la justicia es igual para todos, pero debe cumplirse una condición especial: ser de la misma familia.
En definitiva, podemos concluir así:
Primero, no tiene sentido admirar a una persona como tal por jugar bien a fútbol o ser buen actor. Se puede admirar su juego o su interpretación, pero de ahí a generalizar, pues como que no. No es bueno ni para ellos ni para la sociedad.
Segundo, el trato mediático de unos casos y otros es diferente. ¿Son fácilmente sustituibles? Palos y más palos. ¿No lo son? Indulgencia y comprensión.
Tercero, una cosa es lo que es, otra lo que debe ser. Y no, la justicia no es igual para todos.