A Tasio, la Policía franquista le reventó los intestinos y le dañó gravemente un riñón, tras acusarle de haber cobijado liberados de ETA en su domicilio de Santutxu. El Papa se interesó por su suerte con un mensaje personal que envió al obispo Añoveros mientras el torturado se debatía entre la vida y la muerte en el Santo Hospital Civil del Generalísimo Franco de Basurto. El número 228 de Tierra Vasca-Euzko Lurra, publicación sostenida por media docena de afiliados de ANV y ejemplarmente dirigida desde Buenos Aires por Pello Mari Irujo, se hizo amplio eco del terror que reinaba en Bilbao en aquel mayo de 1975, habló de ocupación militar extranjera y territorio invadido y dio noticia de la detención de cuatro sacerdotes: Félix Ibargutxi, José Antonio Kalzada, Pedro María Zia, y Anastasio Erkizia. La publicación clandestina Noticias del País Vasco que otros sacerdotes editaban en Madrid con la colaboración de madrileños solidarios explicó que Erkizia había ingresado en el hospital con el que la medicina inglesa denomina “síndrome de bombardeo” porque su cuerpo presentaba el mismo aspecto que tienen quienes han estado enterrados por un largo período bajo los impactos de piedras y cascotes que van cayendo sobre ellos.
Hace unos meses, el 2 de septiembre pasado, Bingen Zupiria le dedicaba en DEIA a Tasio Erkizia una nota en euskera que iniciaba precisando que se conocían pero nunca habían cruzado palabra. Había leído en Gara su carta dirigida a Idoia Mendia y deducía de ella que trataba de encontrar las razones por las que ETA había practicado la violencia durante cuarenta años. Escribía Bingen: “Pero no, Tasio . La lucha armada no fue un camino inevitable. Fue le opción de un grupo de jóvenes. Y no nos han explicado nunca por qué lo eligieron. Y tampoco, tras medio siglo largo de sufrimiento, por qué han decidido abandonar ese camino. ¿Qué ha cambiado? Si queremos alimentar la convivencia, es imprescindible una explicación”. Sostiene Bingen con razón que la lucha armada no era una vía obligada o inevitable (nahitaezko bidea), sino la opción de un grupo de jóvenes y nunca se “nos ha explicado por qué lo hicieron”. Se me ocurren unas cuantas respuestas a esta cuestión. Siguen luego otras preguntas igualmente interesantes que opto por no comentar en este momento, por falta de información o por inoportunidad.
Implicarse en ETA fue visto por muchos, incluso entre quienes no estaban tentados por la idea, como un acto de generosidad. Los jóvenes y no tan jóvenes que fundan ETA son personas de sólida formación, teorizan sobre el derecho de defensa de un pueblo por su supervivencia, sobre la legitimidad de la lucha armada contra una dictadura como la franquista, y no llegan a disparar un solo tiro, aunque a ellos se les torture y les tiendan emboscadas como la de Bolueta de finales de marzo de 1961 que dio muerte “por error” a Javier Batarrita. Las primeras acciones de resistencia violenta de aquel grupo inicial se concretan a finales de 1963 en una paliza al maestro de Zaldibar, hermano de un inspector de la Brigada Político-Social de Bilbao, que había prohibido a sus alumnos la asistencia a charlas en euskera preparatorias de la Primera Comunión, lo que había sido denunciado en Gudari, publicación clandestina de las juventudes del PNV. El Zutik! de ETA que explicaba la paliza lo resumía diciendo que “hemos aguantado 27 años de genocidio y hemos empezado a defendernos”. El mismo comando, un hirurko, el único destinado a ese tipo de acciones con el que ETA contaba en ese momento, actúa armado de unas pequeñas porras de goma y una pistola, se hace con dinamita de una cantera, vuela un vagón de tren en Altsasu y recupera trofeos ganados y exhibidos por los carlistas en el interior de la ermita de Izaskun. Puesto que están muertos, añadiré que los integrantes del comando en cuestión eran Etxabe, Solagaistua y Kulebrín.
En ese tiempo y en los años siguientes, hasta 1968, la actividad de ETA y la de EGI solo se diferencian por la frecuencia. El cursillo que cuatro dirigentes de EGI hicieron en 1960 en Irlanda, aprendiendo técnicas guerrilleras con el IRA, tampoco condujo a otro activismo en el grupo que la colocación de ikurriñas, las pintadas ensalzando la libertad de Euskadi y las denuncias de torturas y opresión. Es el 68 un año convulso, en París, en Praga, en Budapest, en California, en México? y en Euskadi, porque ETA mata por primera vez y porque muere el primer militante de la organización. A partir de esa fecha, menudean los muertos, sobre todo de militantes de ETA. El Proceso de Burgos de diciembre de 1970 contra un nutrido grupo de militantes pone a la organización y a Euskadi en el mundo y es reseñado con admiración en los medios de comunicación más importantes de Europa y América. Se quiera o no reconocer hoy, el magnicidio contra Carrero Blanco de 1973 es ampliamente festejado en Euskal Herria, en España y en muchos puntos de planeta. A no tardar tiene lugar el atentado de la Cafetería Rolando, cuya autoría ETA se empeña vergonzosamente en desmentir, que muy pronto se traduce en la escisión de ETA entre milis y polimilis y en un enloquecido activismo armado. Todo esto ya lo sabe Bingen, y también pudo haber sabido, a pesar de su juventud y puesto que residía en Bilbao, que mediados esos 70 de dictadura, Tasio fue salvajemente torturado por la Policía de Bilbao.
Llega la Transición y unas ETA más fuertes que nunca (Mario Onaindia dixit), con jóvenes haciendo cola para alistarse y refugios sobrados desde donde operar, ni se plantean renunciar a la estrategia político-militar en un caso o a la militar al servicio de un frente popular independentista en el otro. Recientemente, Ángel Amigo ha publicado un reportaje testimonio que explica en primera persona el clima en que esta juventud alistada en ETA vivía a finales de los 70, ha explicado entre otras cosas que más de cien militantes de ETA político-militar fueron recibidos y entrenados en Argelia. Luego, una buena parte de ellos se integrarían en ETA militar y otros cofundarían los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Cuando ya estaba en el PSOE, le preguntaron a Mario Onaindia -“acusado de decidir la primera acción sangrienta”, explica el periodista en referencia al atentado contra Melitón Manzanas- por qué había entrado en ETA; y respondió: “Es muy complejo. Soy de una familia nacionalista. Por las noches nos contaban las humillaciones de la guerra y la posguerra. Era una situación de Hamlet. A nuestros padres los machacaron, y no solo fue el hambre. Una vez pillaron a mi padre en el campo de trabajos hablando en euskera y le torturaron. Estas cosas crean la venganza, y entonces es lo de Hamlet, ser o no ser, si eres hijo de tu padre o no lo eres”. Cuando era secretario general de EIA (Euskal Iraultzarako Alderdia), le preguntaron en ERE, aquella revista efímera que bien merecería una relectura, por las razones que le habían animado a entrar en ETA y respondió: “ETA Quinta Asamblea me pareció más ajustada para un joven nacionalista con inquietudes sindicales que entonces era yo. Era una cosa heterogénea. Yo tuve la suerte de que el primer responsable político que tuve en ETA fue Txabi Etxebarrieta, que había sido presidente de la Quinta Asamblea y había jugado un papel fundamental en ella. Txabi ejerció en mí una influencia determinante en lo personal y en lo político”. Y también Josemari Eskubi, Bruno, Labrit, Erviti, hace unas semanas fallecido, añado yo.
Contó Mario en ERE que había un café en Bilbao donde se hacía una tertulia a la que acudían Luciano Rincón, Gabriel Aresti y otros; que Txabi era muy amigo de Rincón, que venía a ser algo así como “un guardador de la llama sagrada del liberalismo y del espíritu crítico en un Bilbao polucionado”. Explicó que “a aquella curiosa tertulia acudía también gente como López Irasuegui o Patxo Unzueta, que luego jugó un importante papel en ETA. Rincón tenía todos los libros y discos cubanos y, por aquel entonces, para nosotros, Fidel Castro era el ideal porque era abertzale y socialista y porque le había salido una revolución sin muchas bajas ni problemas”. Según Mario Onaindia, ETA era la síntesis de mundos contrapuestos, el mayo francés solo influyó en Euskadi más tarde y de forma negativa y en ellos tuvieron más influencia las revoluciones nacionales. Y más concretamente el Che, con aquello de “la primera tarea de un revolucionario es hacer la revolución”, que traducían ellos en que “se tiraba uno al monte y mataba a un guardia civil, luego venían otros dos y se les quitaban los fusiles... y así”.
Si recurro a testimonios de Onaindia no es solo porque pueden impactar más, sino porque otros de momento no han escrito casi nada, no han dado explicaciones, salvo Julen Madariaga, que no representa suficientemente a la ETA postfranquista. Añadiré algún testimonio más, aportado por Antxon Mendizabal poco antes de morir, que también contribuirá a responder a la cuestión inicial planteada por Zupiria. “En las décadas de los 60 y 70, en el contexto del Mayo francés del 68 y de manera especial de la Revolución Cubana y de la Revolución Vietnamita; un sector considerable de nuestro pueblo desarrolló una ética que podríamos considerar muy próxima a lo que había sido la ‘ética guevarista’. Ésta identificaba la ética con la lucha contra la opresión y la libertad en nuestra tierra. Pero, a su vez, defendía esa sensibilidad que hacía considerar que los sufrimientos y opresiones de otros colectivos o de otras tierras eran también sentidos como propios. Hoy se nos vende una ética diferente. Ahora, se nos vende una ética que considera normal el monopolio de la violencia coercitiva y judicial del Estado contra nuestra tierra y sociedad”. No resultaría difícil para ETA y para la izquierda abertzale toda explicar e incluso sentirse orgullosa del papel jugado hasta un momento dado, que ni quieren ni les dejan precisar, porque pararían en tribunales y a lo peor en prisión. Además, a ETA, al MLNV, y a la mayor parte de sus enemigos, les conviene más el juicio a ETA como un todo, independientemente de que fuera en dictadura, transición o asentamiento de una realidad española que Europa homologa.
Todavía falta la pregunta de la que ningún movimiento insurgente no victorioso se ha librado: si valió la pena. Se la hice a un jesuita del grupo de Ellacuría en El Salvador y me respondió, más o menos, que era, que fue, cuestión de dignidad. El teólogo Javier Vitoria recordaba un día que “mi amigo Ignacio Ellacuría solía decir que la violencia subversiva, desde un punto de vista cristiano, era una tentación, pero no un pecado. En aquella época vivíamos en la aureola de Camilo Torres”. Seguro que a Tasio le suena.