UN enorme país, imperio a caballo entre Europa y Asia, cuna de una revolución ideológica que marcó el siglo XX, perdió la Guerra Fría y su rango de superpotencia. Sus antiguos adversarios se acercaron a sus fronteras instalándose, incluso militarmente, en su vecindad. Tras años de dudas y confusión interna sobre el rumbo a seguir, apareció un líder convencido de que la implosión del imperio fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Y se ofreció para recobrar el orgullo nacional perdido y romper el aislamiento al que se sentía sometido.

Un cuento ruso con un gran protagonista, Vladimir Putin, el antiguo espía de la KGB a quien la caída del Muro de Berlín pilló en la ciudad alemana de Dresde, hecho que le impactó de tal forma, la caída del muro y el derrumbe de la Unión Soviética, que según sus biógrafos, se propuso desde aquellos días trabajar sin descanso para restaurar para Rusia los territorios que entonces se perdían. Lo que el propio Putin ya deslizó en 2005, cuando calificó la caída de la Unión Soviética como “la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”. En 2011, el 65% de los rusos lamentaba la desaparición del bloque y también están resentidos con Europa porque no se habían valorado suficientemente los esfuerzos de Rusia por la concordia europea, la unificación alemana, el fin de la Guerra Fría, etcétera. Putin alienta en Rusia ese relato de humillación no reparada, de estar rodeado por un enemigo que le contiene y busca su división, como ocurrió en la Yugoslavia de los 90. “Para algunos países europeos, el orgullo nacional es un lujo, pero para Rusia es una necesidad”, comentaba Putin en su discurso de anexión de la península de Crimea.

Por tanto, esta política nacionalista rusa de Putin va a encaminada a que Rusia recupere el estatus de gran potencia que tenía la Unión Soviética. Así, Vladimir Putin promueve el concepto de la integración de casi todo el territorio de la antigua URSS, a excepción de Lituania, Letonia y Estonia. Hoy es encarnada por la Unión Aduanera, pero a largo plazo por la Unión Euroasiática. Así, esta unión está formada por Rusia, Bielorrusia y Kazajistán con acuerdos de cooperación económica con Armenia, Georgia y Moldavia. No hay ninguna posibilidad de que los países que firmen un acuerdo de asociación con la UE también se adhieran o participen en la Unión Aduanera o la Unión Euroasiática auspiciadas por Rusia. Para esta política nacionalista tan agresiva se vale del palo y la zanahoria, según convenga, y todo ello bajo la complicidad europea, hasta ahora por lo menos, ya que Europa importa el 40% del petróleo y gas que necesita de Rusia, amén de un número importante de empresas alemanas, unas 6.000, que operan en Rusia, encabezadas por la propia Volkswagen.

Sorprendentemente, Rusia logró en un primer momento persuadir a las autoridades de Ucrania para que renunciasen a la firma del acuerdo de asociación con la UE, pero entonces se produjo una revuelta de la extrema derecha ucraniana, el Maidán, que derrocó al presidente legítimo Yanukovich. Como consecuencia de la destitución del presidente, las regiones del este de Ucrania, Donetsk y Domblas se rebelaron contra el poder de Kiev, dando lugar a una guerra civil entre ciudadanos proeuropeos y ciudadanos prorrusos, en la que Rusia interviene directamente con pertrechos, armas y soldados a través de la frontera común que controlan las milicias rebeldes. Así, la OTAN calcula que por lo menos hay mil soldados rusos combatiendo con los rebeldes. Guerra que ha producido más de 5.000 muertos y más de 900.000 desplazados.

No parece que el Kremlin esté dispuesto a renunciar a sus esfuerzos de integración en el espacio postsoviético pese al alto el fuego de los acuerdos de Minsk, por cierto, no siempre cumplido entre las tropas gubernamentales y los rebeldes prorrusos. Cuando acabe con Ucrania, Putin irá a por los territorios bálticos, siguiendo su política de redibujar de nuevo el mapa de Europa central y oriental a su antojo. Por tanto, vemos que, una vez más, en este escenario del Este de Europa se vuelve a jugar la estabilidad de todo el continente, como ya sucedió en el pasado, con las dos guerras mundiales.

Así que, de momento, este cuento no ha acabado, pese a los intentos de la canciller Merkel. Ucrania es más importante para Rusia que para Europa y Estados Unidos. ¿Puede Ucrania convertirse en la Siria europea, sacrificada en aras de la paz y estabilidad en el Viejo Continente? ¿Quién podrá parar a Putin en esta política de confrontación?