ES curioso que las elecciones alemanas hayan despertado más interés en el resto de Europa que en Alemania. Sucede algo similar a lo que ocurre con las elecciones norteamericanas. Todo el mundo opina, pero solo votan los ciudadanos del país en cuestión. Opinan los franceses, los italianos, los españoles, y los vascos? ¿Cómo nos afectará el resultado? Dado que la victoria de Angela Merkel es clara, ¿variará mucho su política en función de con quién se alíe para formar gobierno?

El sistema electoral alemán hace muy difícil conseguir una mayoría absoluta. Por eso, históricamente, ha solido haber un partido bisagra, que apoyaba a la fuerza más votada para permitirle gobernar. En muchas ocasiones este papel lo han desempeñado los liberales. Alguna vez ha habido una gran coalición entre los democratacristianos de la CDU y los socialdemócratas del SPD. E incluso hace unos años los verdes apoyaron al SPD. Por lo tanto, tras estas elecciones y salvo sorpresa mayúscula, gobernará Angela Merkel. Pero eso, por sí solo, no es suficiente para conocer con quién formará el gobierno.

El partido liberal, que ha gobernado con Merkel, ha sufrido un enorme descalabro y Merkel no podrá contar con su anterior aliado. Las malas lenguas dicen que no llorará demasiado la pérdida. Si el recuento final coincide más o menos con las estimaciones, la opción aparentemente más probable sería un gran pacto entre los dos grandes partidos alemanes: CDU y SPD. Puede ser, aunque tendría sus costes. Los socialistas han realizado una campaña agresiva, al ataque, criticando diversos puntos del programa de Merkel. ¿Cómo explicar luego a sus votantes que en cuanto acaben las elecciones comenzarán a gobernar con Merkel? El candidato socialdemócrata, para no espantar a su electorado, ha descartado ser ministro de Merkel. No obstante, en política todo es posible, como bien sabemos los vascos.

Lo que está claro es que Merkel, Angie para sus votantes, ha sido el principal activo de su partido, la CDU. Se trata de una señora con carisma, que transmite seguridad y serenidad, que parece saber lo que hace y lo que es mejor para Alemania. Por otro lado, rompe con el estereotipo del político profesional alejado de la vida real. Apenas 48 horas antes de las elecciones fue sorprendida por un fotógrafo haciendo la compra en un supermercado de camino a un mitin. La prensa no estaba convocada y ella estaba sola. Este es uno de los principales puntos a favor de Merkel, su cercanía a la vida de los ciudadanos. Es de las pocas personas que se dedican a la política que sabe el precio de un kilo de tomates.

La señora Merkel había pedido el voto en los últimos días, cuando más se ajustaba su victoria, para lograr "un mandato fuerte". En su último acto electoral dijo, alto y claro, que "necesitamos una Alemania fuerte, que sea respetada en Europa y que defienda sus intereses en el mundo". Es difícil no estar de acuerdo si uno es alemán. En las elecciones españolas, francesas o británicas apenas se dedicaron algunos minutos a temas europeos. ¿Por qué los alemanes deberían ser distintos? Este hecho evidente es solo un indicador de lo mucho que falta por hacer en la construcción de Europa.

Merkel tiene una visión de Europa, es consciente de su liderazgo en la Unión y lo ejerce. Pero siempre desde una óptica alemana, defendiendo en primer lugar los intereses de Alemania. Muchos lo critican, pero ¿cuántos hacen otra cosa cuando tienen oportunidad? El Partido Popular, que ahora implora la solidaridad europea, no dio ningún paso hacia la unión bancaria o fiscal cuando tuvo mayoría absoluta con Aznar. Tampoco lo hizo la España de Zapatero en sus dos legislaturas. Entonces eran tiempos de bonanza y España era la octava potencia mundial. ¿Por qué Alemania, que destina muchísimo dinero a la Unión Europea, debería ahora destinar aún más dinero a la solidaridad europea? ¿Quién ha presentado para su debate alguna propuesta seria de federalización europea, de crear una verdadera unión política? Nadie. Por eso mismo, tampoco puede sorprender que Merkel prometiese a sus votantes que "no habrá eurobonos ni emisiones de deuda conjunta". Por enésima vez repitió su mantra de que es partidaria de la solidaridad europea, pero que esta debe ir acompañada de responsabilidad por parte de quienes reciben la ayuda.

Otra cosa es el debate social. Merkel defiende un modelo de Estado que se aleja del de bienestar tradicional y se acerca mucho al neoliberal. No del todo, debido al tradicional y peculiar modo de relación entre las grandes corporaciones y el gobierno alemán, pero desde luego va en esa dirección. Puede no gustarnos, de hecho es profundamente injusto, pero los alemanes le votan de forma mayoritaria. Del mismo modo que a Cameron en el Reino Unido o a Rajoy en España, y en este último caso los votantes le dieron una mayoría absoluta.

Guste más o menos, en Holanda acaban de decretar el fin del estado social en un discurso leído por el reciente rey, Guillermo Alejandro, pero escrito por el gobierno de centro-izquierda. El 80% de los ciudadanos parecen estar en contra, según las encuestas, pero en las encuestas que realmente valen, las elecciones, votaron a los liberales y socialdemócratas que ahora han detallado sus planes de gobierno. Si seguimos repasando la lista de países de la Unión las cosas no son muy distintas. En la actualidad, Europa está gobernada por líderes conservadores o políticas conservadoras porque sus ciudadanos así lo han decidido en las urnas. Sin embargo, esos mismos ciudadanos acusan a Alemania y a la Unión Europea de ser conservadores, de atacar el modelo social.

Antes de criticar a otros, habría que hacer una mínima autocrítica. Es incoherente cuestionar las políticas de Merkel cuando en una amplia mayoría de los Estados europeos se ha votado exactamente lo mismo. Mientras no se incorpore de verdad la dimensión europea en los debates estatales, preguntándose las implicaciones que mis políticas tendrán en los otros socios comunitarios, no existirá una Europa que merezca la pena. Por otro lado, además de la solidaridad europea entre Estados hay que tomarse en serio la solidaridad entre ciudadanos del mismo país, y las políticas neoliberales que cada vez crean mayores desigualdades entre ciudadanos no mejoran la cohesión ni construyen la nación; por el contrario, la destruyen.

Hay otro elemento de autocrítica que no estaría de más. Los europeos no dejamos de hacer cábalas sobre las implicaciones de las elecciones alemanas en los asuntos europeos y, por supuesto, las que tendrán en cada uno de los países. Cada uno, en el suyo. Los alemanes han votado teniendo en cuenta, casi en exclusiva, sus propios intereses. En realidad, aunque las opiniones se encuentren en la misma sección del periódico, hablan de dos votaciones distintas. Los alemanes se guían por unos criterios que se centran en sus intereses. El resto hace lo mismo, respecto a los intereses respectivos. Solo unos pocos se centran en la verdadera dimensión europea del asunto. El problema es que las auténticas elecciones europeas serán dentro de unos meses, en mayo de 2014, cuando elijamos a nuestros representantes en el cada vez más importante Parlamento Europeo. Pero verán cómo, incluso entonces, todos seguirán con sus respectivos intereses nacionales y nadie dirá nada de Europa.