ERAN las 17.14 horas, nos dimos las manos, sonreímos, contuvimos por unos instantes la emoción del momento, y gritamos: ¡i-inde-independencia! Mi padre grababa el momento con su inseparable cámara, mi madre, a mi lado (sabes a lo que vienes, ¿no?, le había preguntado), por primera vez en un acto independentista. Mi mujer, mi hijo de año y medio entre mis brazos, con su pequeña estelada, entre atónito y expectante ante tanto movimiento. Contemplaba sin saberlo una sociedad en marcha. Un millón y medio de ciudadanos que nos dábamos las manos, en un mismo instante, con una misma voluntad, recorriendo el país con alegría, buen humor, esperanza, orgullo. Rostros iluminados. Hasta el sol pareció contribuir haciendo acto de presencia, por fin, tras una mañana pasada por agua.

Nuestro tramo, el 731, en la confluencia entre paseo de Gracia y Diagonal, en Barcelona. Muy céntrico. Llegamos más de una hora antes y así pudimos estar en la primera fila de lo que, en realidad, más que cadena humana al final se convirtió en un cordón de cinco o seis filas que los voluntarios vascos de ELA, llegados en dos autocares, a los que se les había asignado este tramo, contribuyeron a organizar. Cinco minutos antes había pasado por allí -les juro que no es broma o un recurso literario- el expresident Maragall, uno de los artífices de todo lo que estábamos viviendo. Sí, porque su sueño de encajar Catalunya en una España de corte federal impulsó a los socialistas catalanes a promover un Estatut. Una iniciativa valiente que les colocó, en ambición nacional, por delante de unos nacionalistas desconcertados en pleno proceso de traspaso de liderazgos. El estrepitoso fracaso de la aventura ha sido el punto de apoyo de una palanca de siglos que, impulsada por la sociedad civil, hoy empuja a los políticos a iniciar nuestra transición nacional.

En un día como el 11 de septiembre a nadie se le ocurriría decir que todo empezó entonces, hace tan solo siete años. O que estábamos viviendo una macroprotesta por la crisis económica. 17.14 en los relojes. Una oportuna lección de historia rápida para todos los públicos. También para aquellos que, escolarizados en la época franquista, pasaron más tiempo recitando la lista de los reyes godos que conociendo el terrible destino de los que lucharon por mantener el sistema de libertades en el que creían. 1714, una derrota, y trescientos años intentando tenazmente, cada nueva generación con la fórmula más a su alcance, ejercer la voluntad de ser colectiva, la que define a una nación, sin tutelas no pedidas o prohibiciones impuestas.

¿Qué podemos esperar ahora? Seguiré, a continuación, la panorámica trazada por el politólogo y amigo Roger Buch, que destaca cinco posibles dimensiones en las consecuencias de la Vía Catalana.

1. Consecuencias políticas internas. La centralidad de la opción independentista y el protagonismo de la sociedad civil en el proceso están fuera de cualquier duda. Si los políticos no se ponen a la cabeza, este impulso social les acabará arrollando. Ya ha desplazado el mapa político y lo seguirá haciendo. Si todo partido que desee ganar elecciones ha de escrutar dónde se encuentra el votante medio, actos como este se lo ponen más fácil. Sin necesidad de encuestas ni de alardear de fino olfato. La evidencia salta a la vista. Aunque el Gobierno español pueda decir que hay una mayoría silenciosa que no acudió a la cita. Pues claro. La sociedad catalana es plural y llena de matices. Pero suponer que todos los que no fueron están en contra es un recurso dialéctico desesperado. Es como decir que las elecciones las ganan los que se abstienen porque, en más de una ocasión, han representado el colectivo más numeroso. La inercia política y social es la que es. Y dificulta más que nunca un paso atrás de los partidos. Si quieren sobrevivir hay que seguir avanzando. Sin duda, se necesita liderazgos, pero no va a estar claro dónde acaba el empuje (social)) y dónde empieza el arrastre (político). La coalición entre ambos motores es la única fórmula posible para enfrentarse con éxito al Gobierno español.

2. Consecuencias políticas estatales. Si la estrategia del Gobierno del PP es esperar a que todo pase, interpretar que la manifestación del año pasado fue una calentura que se desinflará, la Vía es la constatación de que no hay desmovilización a la vista. Y la desinformación sobre la magnitud "del problema" cada vez va a ser más difícil de gestionar. Por eso es de prever algunos cambios en la opinión pública del conjunto del Estado. Dados los valores generalizados que el nacionalismo español ha ido extendiendo, con su apoyo mediático, quizás sea más fácil ver una reacción creciente en favor de que "se vayan esos catalanes" a una sincera defensa del derecho a decidir que es, en definitiva, lo único que hoy por hoy demandamos al gobierno. Poder hacer un referéndum para decidir democráticamente por nosotros mismos.

3. Consecuencias internacionales. Los paralelismos entre la Vía Catalana y la Vía Báltica son evidentes y buscados. Definitivamente, tanto en las cancillerías como en los medios de comunicación internacionales hoy ya existe una carpeta con el nombre de Catalunya. Ya no hay que ir a buscar a los corresponsales para que expliquen lo que aquí ocurre, como pasaba cuando estábamos celebrando el proceso de consultas ciudadanas no oficiales hace unos años. Había que contactar, acompañarlos, explicar. Hoy son ellos lo que quieren saber y empiezan a entender: lo que queréis es votar, como los escoceses, ¿no?

4. Consecuencias sociales. La pasada Diada consolida el para todos los públicos en que se ha convertido el independentismo hoy. El independentismo ya no se relaciona con un encapuchado quemando una bandera española, sino con una familia en un día festivo, desde el abuelo explicando batallitas al nieto jugueteando con su senyera en la mano. Se trata de una reivindicación amable, cívica, inclusiva, que ha dejado atrás cualquier atisbo de malhumor y de odio antiespañol. El contraste entre la agresión fascista en la delegación de la Generalitat en Madrid y la ausencia de incidentes en Catalunya no podía ser más clarividente. Por cierto, ¿se les aplicará la legislación antiterrorista a los fascistas que atentaron contra una institución del Estado y sus representantes? Un doble rasero también resultaría de lo más clarividente.

5. Consecuencias organizativas. La inercia es una cosa; la energía para mantenerla, otra. La movilización social no puede pararse, aunque los vientos momentáneamente soplen a favor. La Vía ha conseguido ampliar la masa de voluntariado comprometido y organizado que no ha parado de incrementarse desde los primeros tiempos de la Plataforma pel Dret de Decidir, a la que siguió el proceso de consultas ciudadanas. Esta vez han sido 30.000 voluntarios y 400.000 los inscritos en los diversos tramos. Muchos de ellos volverán a estar disponibles, motivados e ilusionados para la próxima ocasión. Seguro que harán falta. S'ha fet molta Via (se ha hecho mucho trecho), pero aún queda camino por recorrer.