LA considero implacable. Desde hace cuarenta o más años, seguirá después que yo muera, sin atreverme a decir una palabra más sobre el futuro. Sé que la historia está hecha de acontecimientos inesperados. El comunismo soviético desapareció y, después de 75 años de educación materialista atea, resulta que Gorvachov, Yeltsin y Putin son cristianos ortodoxos y las iglesias de San Petersburgo se llenan.

Mi afirmación inicial parte de una evidencia. No solo de la disminución considerable y constante de fieles en las iglesias, la inmensa mayoría mayores de 70, aunque todavía se llenen en ocasiones, como cuando hay una "penitencia comunitaria" anunciada, a la que tampoco acude la juventud. Los bautismos, las primeras comuniones, los matrimonios "por la Iglesia" en caída libre -ya quisiera que la Iglesia vasca diera a conocer cifras y gráficos-, cerrando así el grifo a familias tradicionalmente cristianas. Quedan todavía los funerales. ¿Hasta cuándo? Para no hablar de reducción, sino de ausencia casi total de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Cuando hablo de evidencia, sobra otra prueba. Con todo, lo que la sociología nos ofrece en sus encuestas pretende ser la garantía científica de lo que ya sabemos, pero impreso en números. Sobre el País Vasco, una tabla en el reciente libro de Javier Elzo refleja la evolución religiosa de las personas mayores de dieciocho años, en el corto plazo de 1990 a 2008 en Euskadi (para Elzo: la CAV y Navarra): en 1990, se consideraban "religiosas" (léase cristianas) el 60%; en 2008, el 49%. Respectivamente, las "no religiosas", el 28%, habrían aumentado al 36%, y las "ateas", del 6% al 11%. Por otra parte, dice Elzo, hablando de Cataluña, Euskadi y Navarra, que han tenido gobiernos en teoría democristianos con líderes de sensibilidad religiosa, "encontramos la mayor proporción de jóvenes no cristianos".

Si, dada mi edad, me remonto a 1936 (16 años entonces), inicio de la Guerra Civil, de aquella religiosidad proverbial del Pueblo Vasco a la de hoy; de aquella fidelidad, no del 90% quizá, no solo al culto dominical, también a la práctica de los sacramentos y a la vida familiar, a la que se da hoy; el salto es mayor que desde la Cruz del Gorbea en descenso hasta la campa de Arraba o a San Justo. Por no hablar de la cantidad de sacerdotes, religiosos y religiosas. Apenas había familia sin uno de ellos.

¿Qué cristianización era aquella que está desapareciendo? En pocas palabras, era un cristianismo estricto, austero, riguroso, integrista, en el sentido original de la palabra: la sumisión total a la palabra del Papa, cuya infalibilidad condicional había sido declarada por el Concilio Vaticano I (1876). No era el cristianismo ideal ni mucho menos. Necesitaba solearse y respirar libremente, abrirse a la sencillez, a la bondad y ternura de los mejores paseos evangélicos. Pero proporcionaba estabilidad colectiva, esperanza personal, confortaba ante la vida presente y el más allá. La Ilustración no había bajado al pueblo y los grupúsculos que la secundaban eran por lo general respetuosos con la religiosidad popular.

Era un cristianismo fuerte y bregado durante la II República, la Guerra Civil, la represión, el exilio de tantos? Y, a pesar de todo, no desfalleció. Se aferró a lo más sólido e inmutable. No necesitó del nacionalcatolicismo franquista que fue piedra de escándalo y sufrimiento para muchos. Se mantuvo firme frente a él. El clero, su clero, estuvo con él. Necesitaba sí el Concilio Vaticano II, que llegaba tarde y no fue aplicado por los miedos insustanciales microanímicos e interesados y, por otra parte, aunque dio respiro a muchos, fue interpretado con ligereza. Pudo descolocar a bastantes.

Pero aquellas generaciones fueron fieles a sus creencias. Fue a partir de ahí. Los que no habían sufrido, los que lo tuvieron casi todo demasiado fácilmente. ¿Qué pasó y sigue pasando? Es un problema complejo y confuso, lleno de malentendidos y medias verdades.

No, no creo que fue el laicismo-secularización, en cuanto separación de la Iglesia y del Estado, desaparición de la religión oficial del Estado y de la llamada Ley de Dios impuesta a todos. Tales desapariciones son positivas y evangélicas. Otra cosa es que se mantengan vías de entendimiento, puesto que las dos instituciones pretenden el bienestar de sus miembros. "Dad al César lo que es del César y a Dios?", aunque surjan cuestiones en los límites nunca insolubles.

No. Tampoco está la causa en la independencia de la razón y de la ciencia respecto a la llamada revelación y la fe, algo que comenzó ya en el siglo XVIII, manteniéndose cada una en su campo. Pero es verdad que la ciencia moderna ha ayudado más de una vez a precisar mejor el objeto de la fe o a entender mejor el ropaje histórico que usan ciertas formulaciones, por ejemplo, bíblicas.

Sí, creo que hay por medio un fenómeno social difundido insensiblemente en el ambiente de esta Europa tardíamente sin fronteras: Alemania, Austria, Italia, Francia, País Vasco, España? Es el sutil y vaporoso "indiferentismo religioso". Este puede hacer estragos allí donde la religión fue tomada más en serio. Un indiferentismo cómodo que prescinde de toda información religiosa seria y no requiere justificación porque es "lo que va", "lo que se lleva". Es lo que me ha dado la experiencia compartida y contrastada. Ese indiferentismo, con la aportación de otras fuerzas, llega a tomar el signo contrario de lo antirreligioso. No es extraño que el País Vasco, tan proverbialmente cristiano, aparezca hoy más des y anticristianizado que la mayoría de las autonomías del Estado español.

Una vez más hay que decirlo. Si la religión, la fe en lo transcendente, puede derivar en fanatismo, el fanatismo del culto de lo inmanente no es religión alguna sino una especie de esquizofrenia. El cristianismo, si lo es, es una escuela de amor: el "amaos unos a otros", el "amor al enemigo", el "devolver bien por mal", nada de esto se casa con el odio. Y, en el País Vasco se ha sembrado y regado mucho odio. El odio es la muerte del amor, del cristianismo. Una muerte violenta es demasiado odio y ha habido demasiadas centenas de muertes violentas, demasiado terrorismo y, como remate, terrorismo de Estado. Todos los violentos y su odio socavan la base del cristianismo. No me extraña la afirmación de Elzo: "HB presenta en las encuestas, con gran diferencia, los valores sociorreligiosos más bajos de todos los vascos".

En aquel cristianismo de la primera mitad del siglo XX, la insatisfacción surgía muchas veces de lo económico, pero la religión era a la vez esfuerzo, empuje y soporte personal en esta vida y en el más allá. Ahora, la insatisfacción proviene de que el éxito o fracaso en lo económico, convertido en el centro y meta de la vida, se ha instalado lamentablemente como medida de la felicidad o infelicidad individual. Es verdad que una digna situación económica elimina muchos problemas, pero no es la medida auténtica de la felicidad.

Entronizado el Moloc dorado, que lo llena y puede todo -piensan-, el primero en desaparecer es Dios y su transcendencia. Y, con él, lo que en el hombre hay de más humano, sobrehumano, diría: esa tendencia, aspiración innata hacia lo absoluto, el Bien, la Verdad, lo imperecedero. Lo experimentado en momentos de eternidad, cuando el instante mismo de mayor belleza y goce íntimo del amor se revela exigiendo su verdad y la del sentido todo de la vida que, para ser verdad, no simple pasatiempo, tiene que ser eterno. La insatisfacción que deja ese vacío supremo no se cura con sustitutos peligrosos: desde la droga al suicidio; ni con mitos artificiales e inconsistentes: todos los cultos a lo inmanente: al cuerpo, al deporte, al ingenio, al poder? "Vanidad de vanidades y todo Vanidad", sentencia la Biblia (Ecl. 1,2).

Indiferentismo religioso, arreligiosidad y antirreligiosidad creciente, así como el del ateísmo. Este es el panorama, y creo haber expuesto sus causas, a mi juicio, más probables y el proceso. Restan aún otras deserciones individuales o de colectivos por supuestas afrentas recibidas del aspecto y aparato humano, demasiado humano, de la institución eclesiástica y algunos de sus jerarcas.

Divorciados vueltos a casarse, en continuo aumento, que tropiezan con concepciones teológicas anquilosadas; colectivos de mujeres, que claman por la retirada de la Humanae Vitae y cuyas aspiraciones son cortadas por tradiciones históricoculturales elevadas a la categoría de dogmáticas; homosexuales que, dada su tendencia natural se sienten injustamente rechazados... Gentes de buena voluntad que se ven obligadas a vivir su religiosidad y su cristianismo en amarga soledad y quiera Dios que la amargura no les lleve más lejos.

Sin embargo, Jesús no rechazó a nadie que se le acercara, fuese quien fuese; ni a los niños ni a las mujeres que le acompañaron y sirvieron durante su ministerio hasta la cruz. Jesús se sentó a la mesa con pecadores y se dejó ungir los pies por una mujer de mala fama, ante los ojos críticos y acusadores de un fariseo puritano y excluyente. No sabía de sutiles disquisiciones teológicas que vienen desde el medioevo, sobre dudosos principios y premisas.

Muchos hijos naturales o adoptivos del País Vasco se van del cristianismo o se sienten animados a abandonarlo. El cristianismo ha contribuido grandemente al grado de satisfacción y felicidad en mi ya larga existencia. Continuamente oigo la voz de Jesús y la reconozco: "Venid a mí los que estáis agobiados y cansados, que yo os aliviaré. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis reposo en vuestras almas. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Quien cree en mí no morirá para siempre".