HACE ya bastantes meses que la prensa recogía la protesta de la asociación de talleres de reparación de vehículos ante la aparición en la zona de Arrasate de algunos casos en los que determinada gente, valiéndose de su destreza manual, reparaba los coches de terceros por cuatro duros y en plena calle. La asociación de talleres mecánicos, con toda razón, aducía que dicha práctica era un claro ejemplo de intrusismo y competencia desleal para sus asociados.

Igualmente, hace una semana escasa, establecimientos hoteleros y turísticos levantaban la voz ante la creciente competencia que sufren por parte de particulares que ofertan sus pisos, enteros o por habitaciones, de forma ilegal aprovechándose del anonimato que dispensa internet y valiéndose de la flojera económica de numerosos visitantes, especialmente los más jóvenes.

Llama la atención que salten a la palestra dichas denuncias cuando los baserritarras profesionales dedicados al subsector hortícola vienen sufriendo desde tiempo inmemorial la competencia desleal de numerosos vecinos que se dedican, por ocio, a las labores agrícolas y que en plena época estival comprueban que no pueden consumir todo lo que la tierra les da. En esta época, habitualmente, la huerta está rebosante de vida, las plantas en plenitud y los árboles cargados de frutos y, por el contrario, estos aficionados (mayoritariamente jubilados) se encuentran con que la familia anda mermada puesto que se hallan fuera por vacaciones.

Es en esta época cuando los hortelanos ociosos (por llamarlos de alguna forma fina) se ven abocados a sacar su producción al mercado y allí coinciden con los horticultores profesionales a los que, además de quitar clientela, les empujan a bajar precios por un exceso de oferta de producto.

Esta competencia desleal centrada en la época veraniega viene de hace muchos años y tiene, así creo yo al menos, difícil remedio. Ahora bien, lo que clama al cielo es que estas prácticas de competencia desleal se vean impulsadas y promocionadas desde las instituciones, particularmente ayuntamientos y desde otras instancias como, en el caso guipuzcoano, desde la obra social de Kutxa a través del centro Ekogunea.

Ayuntamientos y Ekogunea, unidos y/o cada uno por su lado, impulsan la creación de cientos de huertas de ocio que son acogidos por los profesionales de la huerta como una verdadera amenaza.

Estos profesionales de la huerta observan cómo sus clientes más sensibilizados con la producción local y los potenciales clientes del nicho de mercado que ellos conforman son captados por esta entente municipal-ekogunea como productores y dejan, por tanto, de consumirles.

Igualmente, los profesionales están preocupados y alarmados por la falta de control sobre tratamientos fitosanitarios y por un nulo seguimiento de las prácticas hortícolas de los nuevos aficionados mientras ellos están obligados a obtener un carnet de aplicador de fitosanitarios y llevar un cuaderno de explotación donde anotar los tratamientos. Todos sabemos que, al menos teóricamente, las huertas de ocio son huertas ecológicas pero es evidente que no hay ningún seguimiento de ello ni control que garantice que esto se esté cumpliendo.

Si los ayuntamientos en cuestión y la obra social de Kutxa quieren apoyar al sector agrario pueden optar por destinar dichas parcelas a la instalación de jóvenes agricultores o a la consolidación de explotaciones hortícolas actuales. Todo lo demás. y muy especialmente las huertas de ocio que antes indicaba, no son más que actos de propaganda, populismo y competencia desleal impulsada con dinero público.

Saben los profesionales que ni ayuntamientos ni Ekogunea les van a hacer el mínimo caso pero, al menos, lo único que esperan es que no les perjudiquen bajo el pretexto de estar ayudando al sector agrario. Eso sí que no.