DESAPARECIDA a fines del siglo XVIII la presencia hegemónica que, con la Compañía Guipuzcoana, llegaron a alcanzar los vascos en Venezuela, desaparece también o, al menos, se vuelve insignificante, su aporte inmigratorio a estas tierras. Hubo de transcurrir siglo y medio para que la guerra, que los vascos nunca quisimos, provocara el exilio de millares de compatriotas, parte de los cuales arribaron a aquellas playas el año 1939, en aquel movimiento encauzado y dirigido por el Instituto de Inmigración que, con Eduardo Monsanto, su representante en Europa, y Arturo Uslar Pietri, su director, junto a otros nombres imborrables en nuestro agradecimiento, supo hacer vibrar la generosidad venezolana.
De los vascos en Venezuela podría escribirse mucho, aunque ahora solo apunto el sostenimiento del Gobierno vasco en el exilio durante cuarenta años, la creación y emisión durante trece de la emisora clandestina Radio Euzkadi, el apoyo a la resistencia vasca durante el franquismo, la conmoción que causó el golpe de Estado de Hugo Chávez en 1992 con la muerte del hijo del delegado del Gobierno vasco, Gaizka Etxearte, y, mayoritariamente, su profundo rechazo al populismo militar.
He nombrado a Uslar Pietri, intelectual, escritor y político venezolano que el 14 de julio de 1936, en el diario Ahora, escribió un impactante artículo editorial cuyo título lo dice todo: Sembrar el petróleo. Uslar Pietri quería que Venezuela dejara de ser un Estado parasitario de los ingresos petroleros y que diversificara su economía y no la hiciera dependiente absoluta del oro negro que abunda en su interior. Desgraciadamente, aquella incipiente diversificación la interrumpió Hugo Chávez, que no solo no le hizo caso a Uslar Pietri sino que mantuvo en la UVI a Cuba, a Nicaragua y a varios países contradiciendo lo que un jesuita como el Padre Ugalde le recomendaba: "Eso no es la izquierda. Para distribuir la riqueza hay que crearla y usted la destruye". El maná petrolero con el corruptor maridaje de un populismo clientelar y asistencialista ha dejado a Venezuela tras la muerte de Chávez en la carraplana. Los últimos catorce años, con unos precios petroleros disparados, una administración sensata y sin un showman al frente del país, la hubieran convertido en uno de los paradigmas de un crecimiento armónico en la región, combatiendo la pobreza de raíz y distribuyendo con criterios de cohesión social todo lo que la providencia enterró en su seno: hierro, gas, petróleo, bauxita, agua, pesca, tierras fértiles, uranio, asfalto, paisajes, ubicación y un país poco poblado. Chávez ha dejado un país enfrentado hasta el paroxismo, con un odio ciudadano poco habitual, populismo, demagogia, devaluación del bolívar, deuda externa y una Venezuela sin el petróleo sembrado. De ahí que cuando murió, la oposición le puso como epitafio: "Aquí yace un hombre que hizo bien y que hizo mal. El mal lo hizo muy bien y el bien lo hizo muy mal. Él descansa en paz y nosotros, también".
Muerto Chávez y convertido en pajarito, ha tutelado la campaña electoral venezolana tras haber designado previamente y a dedo a su sucesor en el bolivarianismo, el candidato bien visto por los hermanos Castro: Nicolás Maduro. La campaña no ha podido ser más sucia. Ventajismo electoral, nulo acceso de la oposición a los medios de comunicación, siembra del miedo, ataques a Capriles en lo personal, violencia, intimidación y un rosario de presiones para no desmerecer del epitafio transcrito.
Muy cerca y a diferencia de Uslar Pietri, Fidel Castro no quiere que en Venezuela se siembre petróleo sino que se lo den a ellos. El miércoles del fin de la campaña retiraron del Granma cubano este titular a cuatro columnas. "Sin el petróleo venezolano la revolución fracasará. Maduro es nuestro hombre en Caracas". En un ataque de sinceridad sin precedentes, el comandante, ante un grupo de periodistas extranjeros, había dicho: "Hablo de Venezuela, de Chávez y Maduro. El petróleo y la comida que vienen de Venezuela son un trueque, un intercambio de revolución por petróleo. Nuestra materia prima es la revolución; unos exportan materias primas y nosotros revolución. Es un intercambio entre iguales?". Retiraron estas declaraciones. No querían ofrecer munición electoral a Capriles.
El pasado domingo 14 de abril se celebraron finalmente las elecciones presidenciales venezolanas. Estoy inscrito en el Consulado (Araba, Gipuzkoa, Bizkaia, Navarra, Rioja, Cantabria) y tengo mi cédula (carnet) guardada del año cachipún. Fui a votar. 596 censados votamos por Capriles y 41, por Maduro. El 93% frente al 6,9%. En Vigo, 1.010 gallegos votaron (96%) por Capriles y 42, por Maduro (4%). En todo el Estado español el porcentaje fue el mismo. Son datos objetivos. Cuando se puede votar libremente, sin coacciones, sin recibir insultos, sin miedo a represalias, la goleada es impresionante. Y curiosamente eso no se da en ningún país en Europa. Quien gana las elecciones, gana el voto del exterior. En Venezuela es al revés. Aquello no es una democracia homologable.
La víspera de las votaciones hubo un concierto recital de un luchador de izquierdas e icono del antifranquismo. Paco Ibáñez cantó en el Kursaal con plateas, palcos y anfiteatro a rebosar de gente de Bildu. Al presentar una canción, animó a la concurrencia a mostrarse crítico con Chávez y con todo el mundo chavista. Silbidos en la grada, malestar generalizado en palcos y plateas. "¿Y si les impusieran a ustedes el régimen chavista, que dirían?", replicó el cantautor que comenzó a cantar entre murmullos y protestas de la concurrencia de la IA. Bien por Paco Ibáñez, luchador antifranquista.
En definitiva, Maduro no es Chávez, el pajarito está enterrado, la situación social, política, económica e institucional de Venezuela es grave y el futuro de Venezuela no se llama Maduro, sino Capriles. Es cuestión de relativo poco tiempo.
La señora Thatcher no fue una líder populista, sino una mujer terca y de firmes convicciones. Esta pasada semana le han hecho en Londres un grandioso funeral de Estado. También se lo hicieron a Reagan, a Chávez y a Hafez Al Assad, ceremonia a la que acudió Rajoy, que era el vicepresidente de Aznar. Pero lo interesante ha sido el debate en el Parlamento de Westminster tras su fallecimiento. La mayoría fueron panegíricos, pero allí estuvieron varios diputados laboristas, como Glenda Jackson, poniendo las cosas en su sitio. Es democracia. El fin de semana pasado, en Trafalgar Square, más de mil británicos concentrados gritaban "¡Maggie, Maggie, Maggie! ¡Muerta, muerta, muerta!". En Glasgow quemaron una efigie de cartón de la llamada Dama de Hierro. Aquí, cuando murió Fraga, hubo un silencio sepulcral y a la semana nos colocaron un busto del presidente del PP en el pasillo que da acceso al hemiciclo al lado de Ramón Rubial. El PSOE no chistó.
Que figuras como ella y Chávez produzcan apasionados seguidores y detractores está en el núcleo duro de la política, aunque no comparo a la premier inglesa con el populista venezolano. Este pasó por el Senado y se negó a tener una reunión con los senadores. En las distancias cortas era un cobarde. Thatcher, por el contrario, pidió al entonces presidente del Congreso, Félix Pons, tener una reunión con los portavoces parlamentarios. Nos dijo que le encantaba el trámite del control al gobierno porque así lograba saber lo que pasaba y además hacía trabajar a sus colaboradores. Yo le pregunté por las declaraciones de Lord Plumb, por entonces presidente del Parlamento Europeo y quien había dicho "nací inglés y moriré europeo". "No deja de ser una frase y una tontería -me contestó- Lord Plumb nació inglés y morirá inglés". Todo un carácter que mantuvo durante años a la UE con el freno de mano puesto. No son buenos este tipo de líderes carismáticos, narcisistas, empecinados, inhumanos. Prefiero a las gentes sencillas, empáticas, humanas, cercanas, sin afectación, que crean equipos y escuchan a mucha gente aunque lo que les digan no les guste. En definitiva, líderes democráticos que cuando mueran les pongan de epitafio, "el bien lo hicieron muy bien, y el mal, lo evitaron".