EN estos 34 años de cartelismo astenagusiero hemos visto marijaias de todos los colores y de las más diversas formas, que van de playmobil a cremallera, pasando por servilleta de papel o sacacorchos. E incluso este año había una muy interesante propuesta de lluvia de marijaias en homenaje al gran Juan Carlos Eguillor, que debería haberse tenido más en cuenta.

Una reiteración -Marijaia ha aparecido en 23 de los 35 carteles editados hasta la fecha, incluido el de las fallidas fiestas de 1980- que contribuye a reforzar su valor simbólico entre quienes ya la conocemos; pero que supone un peligroso reduccionismo para la proyección exterior de las fiestas de Bilbao Aste Nagusia más allá del bochito, teniendo en cuenta que nuestros posibles visitantes carecen de la información necesaria como para poder saber quién demonios es el personaje (y mucho menos entender los juegos para iniciados que se realizan con su imagen), y que, por otra parte, contamos con otros muchos elementos y actividades destacables y probablemente mucho más atractivas y reconocibles, tal y como lo demostró el añorado Juan Carlos Eguillor en sus dos magníficos carteles, el de las primeras fiestas de 1978 y el de 1987, de los que convendría reseñar, a mayor abundamiento, que fueron hechos por encargo.

Pero, volviendo al cartel de este año y su correspondiente Marijaia, a la que por primera vez se representa con el culo al aire, debo decir que el resultado, con esas burdas bragas rojiblancas, no ha podido ser más vulgar y antilibidinoso.

La propia Marilyn, cuya pose se ha intentado imitar con muy poco acierto, coincidiendo con el cincuentenario de su muerte, ya nos enseñó que el erotismo no consiste en mostrar la mercancía, como en una carnicería, sino en insinuar maravillosos paraísos por conquistar.

Y puede que la razón última de todo esté en la premura con que concebimos a Marijaia aquel puñado de emprendedores (que nos dirían ahora) que pusimos en marcha esta esplendorosa explosión de júbilo festivo que ha cambiado para siempre jamás el devenir histórico de nuestra villa, y el hecho de que al hacerlo ni tan siquiera pensáramos que pudiera perdurar más allá del final de aquella primera Aste Nagusia. Por lo que apenas sí le dimos más contenido simbólico que la representación de una mujer, ya madura y bregada en la vida, con los brazos permanentemente abiertos y en alto como invitación a la alegría y a bailar las más bellas danzas.

El problema es que, a diferencia de Gargantúa, Olentzero o los Reyes Magos, nuestra Marijaia carece de un corpus mitológico mínimamente elaborado; pero así y todo me niego a creer que Nuestra Señora de la Fiesta tenga tan poco estilo; y sigo soñando con que su lencería fina debe de ser mucho más sofisticada y seductora, con medias de blonda cuando viste zapato de tacón, como es el caso, nunca con vulgares pantis, y hasta con liguero de encaje.

P. S.: En cuanto al cartel anunciador como tal, su única función lógica es que sirva para dar a conocer el acontecimiento en cuestión a quienes ignoran su existencia, provocándoles las ganas de asistir al mismo. Y esta sería la única justificación de la pasta gansa (2.500 euros de premio) que supone el Concurso de Carteles anunciadores de Bilbao Aste Nagusia.

Con tal fin, quizá convendría cambiar la actual composición del jurado, y confiar la decisión a publicistas de probada solvencia. Aunque lo verdaderamente necesario es que los carteles, y demás elementos promocionales de nuestras fiestas, estén en la calle seis o siete meses antes, y no en el mismo mes de agosto como ahora ocurre; y sobre todo que se difundan profusamente fuera de Bilbao, puesto que aquí ya sabemos cuándo son y en qué consisten.