LA unidad en la diversidad siempre es una meta superior, sin embargo no debiera exigir el sacrificio de básicos principios éticos. En nuestro país, las alianzas demandan también su chequeo. Tanta sangre derramada reclama su cuota de contrición. No dudamos del loable itinerario que ha realizado la izquierda abertzale desde el arropamiento de una dura violencia, pero ese camino dista aún de haber terminado. Habría de madurar con el tiempo alguna suerte de arrepentimiento y perdón en el corazón de los más acorazados. En un futuro, el escozor en la conciencia habría de superar cierta altivez guerrera.

Hace falta coraje para revisar las crudas consecuencias de la violencia empleada o apoyada. No todo por lo tanto es sumar, ni se limita a cantidad de votos en las cada vez más cercanas autonómicas. No todo es agregar ceros. Harían falta también unos, haría falta calidad, entendida esta como valor para superar los propios límites, como audacia para rebasar las inercias y barreras del entorno. No todo es ganar las próximas elecciones y conseguir lehendakari. Haría falta valentía para afrontar un necesario proceso interno que desemboque en la autocrítica, entereza para encarar el pasado y sus fatales errores.

Aintzane Ezenarro y su gente hacían bien en pedir tiempo para la boda con quienes antes de ayer jaleaban la violencia. Echarse a los brazos de una izquierda abertzale que no ha culminado su itinerario de revisión, que no ha encarado aún su pasado, conlleva consecuencias. Lo importante no sería llegar cuanto antes a Ajuria Enea, sino hacerlo con paso firme y conciencia despejada, sellando el ayer empañado de dolor propio y ajeno. Las máximas cuotas de poder ya llegarían después, con los deberes éticos cumplidos.

Apena la deriva de Aralar, la forma y los métodos empleados para deshacerse de tan cabal disidencia. Los fines están también en los medios. Aralar representaba eje de encuentro, otra forma de hacer política, de empujar país con audacia y buen hacer; defensa de lo propio pero también visión alternativa, programa de progreso. Podíamos disentir de su aspiración independentista, pero de cualquier forma se trataba de un nacionalismo abierto, colorido, flexible. Entiendo que la Aralar de Ezenarro también simbolizaba las ganas de construir hogar para todos, de acercar las diferentes ideologías en torno a principios y valores comunes. La ortodoxia les quito el aire, les impuso una disciplina férrea, les planteó exigencias inasumibles. Había que retornar a trinchera.

Patxi Zabaleta admite que ha sido un trago difícil. Su semblante serio, incluso desencajado, puede ser prueba de la lucha librada también en su interior. Esperábamos más de quienes en su día tuvieron la valentía de decir no a la barbarie desde la propias filas radicales abertzales. Esperábamos más de quienes encarnaban una esperanza que bien podía desbordar las propios márgenes del partido, esperanza de una defensa amable de lo propio, desde una apertura de espíritu, desde principios solidarios, desde actitudes armonizadoras.

Los grandes partidos parecieran dispuestos a tragarse esa esperanza que simbolizaban más propiamente Ezenarro y su gente. Semejara que no hay espacio para vías puente, para formaciones que enlazan. Aunque la izquierda abertzale llegue a Ajuria Enea cuando López desaloje, ¿quién le recordará, desde sus aledaños, que tiene deberes pendientes, que aún su itinerario de revisión no ha culminado? La vara del verdadero poder solo se podría blandir desde la inigualable fortaleza que concede reconocer el equívoco. La autoridad solo se podría ejercer desde la altura moral que proporciona una severa autocrítica. Solo el sincero perdón nos unirá, solo quien lo albergue podrá aspirar a un gobierno duradero.

Ceda en el futuro otra mágica y emblemática montaña su nombre a la voluntad creciente de este pueblo de superar frentismos, de construir, desde el gran amor al solar, a la lengua y cultura propias, una casa definitivamente para todos.