DECIR fútbol es decir muchas cosas a la vez. Primero, es un deporte y un juego practicado cada día, en todos los lugares de la tierra, por miles, o mejor, millones de personas. Es también un gran espectáculo seguido diariamente, en directo o a través de los medios de comunicación, por aún más millones de personas. Es una pasión, una locura colectiva, que supera la lógica y los análisis más sesudos y concienzudos. Y hasta es una emoción vivida en lo más íntimo por hombres y mujeres de la más variada condición.
Todo eso y más es el fútbol. Y en ese más, hay que incluir su condición de negocio. También de termómetro con el que se puede medir la acción política y a los políticos. Siempre ha sido una desproporción y un exceso el dinero que pagan y cobran equipos y jugadores (no jugadoras), que se mueven en este ámbito cuando se trata de deporte profesional. Pero cada vez destaca aún más este hecho, especialmente cuando se analiza en relación con la situación económica que se está viviendo. Y, sobre todo, cuando se contempla cómo quienes se mueven en este fascinante montaje parecen estar por encima de las leyes que nos obligan a los demás mortales.
Hace no muchos años, y uso como referencia al fútbol español, la mayoría de los clubs de Primera y Segunda División estaban en situación de quiebra. Encaraban unas deudas monumentales a las que no podían hacer frente y que en cualquier unidad económica de otro tipo les hubiera obligado a la desaparición.
Para superar aquella situación, ya en los años 90, se obligó a la mayoría de clubs a convertirse en Sociedades Anónimas Deportivas. Se hizo borrón y cuenta nueva y así los deudores y morosos dejaron de pagar importantes cantidades, entre otras en cotizaciones a Hacienda y a la Seguridad Social, es decir, a la caja común a la que debe aportar cualquier ciudadano.
Pero en unos pocos años, los mismos que crearon aquellas grandes bolsas de deuda han generado una deuda aún mayor. Se han comido subvenciones millonarias de las instituciones, delirantes cantidades aportadas por las televisiones, ingresos de taquilla, créditos que a otros no se conceden y demás medios de captación de fondos. Y lo han hecho pagando unos absurdos contratos a jugadores, entrenadores y demás partícipes de este mercado. Y llevando unos trenes de vida por encima de lo que sería normal.
En muy poco tiempo, incumpliendo las obligaciones a las que debían estar sometidas esas entidades que son puramente mercantiles, han superado la catastrófica situación anterior. Y de nuevo entre otros acreedores, están afectadas la Tesorería General de la Seguridad Social y las haciendas correspondientes.
Mientras esto ocurre, los miembros de la clase política que deben velar por el interés de todos y todas, y por el cumplimiento de las leyes, se pasean por los palcos de los campos de fútbol y se sacan fotografías con los dirigentes de esos entes que tantas deudas acumulan. ¿Cómo es posible que sigan actuando así? Porque tienen pavor a enfrentarse a los clubs de fútbol. Temen la reacción de las hinchadas de los mismos, capaces de negarles el voto si plantan cara ante los desmanes que se están cometiendo.
Callan cuando saben que no se cumplen las obligaciones de cotización y de pago de impuestos. ¿Por qué no se permite esto a otras empresas y sí a los equipos de fútbol? ¿Se realizan a esas entidades del mundo del deporte las mismas inspecciones fiscales y laborales que se hacen a las demás empresas?
Hace pocos días hemos conocido una huelga de futbolistas. Defendían su derecho, que puede entenderse como legítimo, a que les garanticen que ellos van a cobrar sus fichas y salarios. Pero de lo que nadie ha hablado, tampoco los medios de comunicación, es de cómo se va a garantizar que esos clubs van a pagar sus otras deudas. Sobre todo las que tienen con el resto de la sociedad, como es el pago de impuestos y cotizaciones.
Aún hay más. En los ámbitos jurídicos y económicos de la Unión Europea, y con proyección en el Estado español, es un principio fundamental, con amplio reflejo práctico, el de la defensa de la competencia. ¿Cómo se defiende la competencia en el ámbito del fútbol? Se permite que dos equipos tengan unos presupuestos desproporcionados respecto del resto. Que la liga esté completamente viciada, sin posibilidad de una competición real. Se consiente que se pacten derechos televisivos con unas cuantías que aumentan las diferencias entre clubs. Un equipo se gasta en el fichaje de un jugador más euros que los que conforman los presupuestos totales de otros clubs que van a competir con él. Y, además, esos equipos que tienen unos presupuestos grandiosos, los mantienen a base de aumentar sus deudas. De no pagar.
A estos, cuando hace falta para evitar su quiebra, se les facilitan pelotazos urbanísticos que sanean su economía. O consiguen créditos de entidades bancarias que, en las mismas circunstancias, no solo no facilitarían dinero, sino que ejecutarían los créditos que no van a recuperar.
¿A cuántos de los administradores de estas Sociedades Anónimas Deportivas se les han exigido responsabilidades civiles personales, e incluso penales, por su gestión? ¿Cómo afecta la falta de competencia a un negocio paralelo como el de las quinielas? Porque la falta de competitividad, dependiendo de en qué momentos de la temporada y de qué intereses de qué equipos, es un fraude tan notorio como negociar resultados.
Es un criterio de calidad democrática ver cómo, quienes ejercen la política, enfrentan situaciones que son ilegales, injustas y escandalosas. Y se puede apreciar que no tienen ni valor, ni capacidad, ni dignidad suficiente para enfrentarse a esos símbolos ciudadanos que son los clubes de fútbol.
No se trata solo de justicia deportiva. Es una cuestión de justicia social. Y como no se cansan de repetir desde esa clase política, se trata de cumplir la ley.
¿Lo van a hacer? Cuando salgan del palco.