HAN transcurrido 32 años desde aquella mañana del 29 de septiembre de 1978 cuando el mundo se estremecía con la noticia de la muerte de Juan Pablo I, el humilde Papa de la sonrisa. A los 33 días de haber sido elegido Papa. "Un infarto agudo de miocardio", decía la escueta nota oficial. El Vaticano, que se negó en rotundo a practicarle la autopsia, tampoco emitió un verdadero certificado médico oficial. Si a esto le sumamos el rápido embalsamamiento del cadáver (sin esperar las 24 horas que establece la legislación italiana) y las contradicciones en los detalles?

Su muerte despertó muchas dudas. Uno de los mayores estudiosos de la figura del Papa Luciani es el sacerdote Jesús López Sáez, fundador y responsable de una comunidad cristiana de base, de referencia (la Comunidad de Ayala). No sólo ha cuestionado la versión oficial, sobre la verdadera causa de la muerte del papa Luciani. También ha desmontado la versión de algunos, según la cual Juan Pablo I "murió abrumado por el peso del papado". Su último libro lleva este título: Juan Pablo I. Caso abierto (editorial Sepha, 2009).

Hace unos días, los medios de comunicación publicaban la noticia de que la Fiscalía de Roma estaba investigando a los responsables del IOR (Banco Vaticano) por presuntas operaciones "de blanqueo de dinero". Una de las claves del corto pontificado de Juan Pablo I, dice el cura Jesús, fue poner orden en las oscuras finanzas del IOR, empezando por destituir a su máximo responsable, el polémico obispo estadounidense Paul Marcinkus (conocido como el banquero de Dios) con quien Albino Luciani, a mediados de 1972, siendo Patriarca de Venecia, ya había tenido un serio desencuentro.

Marcinkus, sin consultarle al Patriarca, vendió La Banca Católica del Véneto (ayudaba a los más necesitados, como los deficientes y los minusválidos, con préstamos a bajo interés) al Banco Ambrosiano del oscuro Roberto Calvi. El patriarca Luciani, indignado, lo puso en conocimiento del entonces secretario de Estado en funciones, Benelli: "Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la Iglesia de los pobres? En nombre de Dios?". Benelli, su amigo, le interrumpió: "No, Albino, en nombre del dividendo". Según Biamonte, agente del FBI, Benelli era un formidable adversario de Marcinkus. Llama la atención que, unos meses después, en septiembre, Pablo VI, en Venecia, ante 20.000 personas, se quitó su estola papal y la colocó sobre los hombros de un ruborizado Albino Luciani.

El 6 de agosto de 1978 moría Pablo VI y el Patriarca de Venecia canceló su cita veraniega con la montaña. "Íbamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1.500 hasta los 2.400 metros, a buena velocidad", contará M. Senigaglia, su secretario en Venecia; hacía estas declaraciones en el contexto de la polémica desatada (al parecer, interesada) sobre la salud del Papa Luciani, tras su muerte repentina. "Albino Luciani no estaba enfermo del corazón. Un enfermo del corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años".

Al partir para Roma, al cónclave, sor Vincenza, la monja que le atendía, al despedirse del patriarca, le dijo: "Eminencia, esperamos que vuelva". "Pero, hermana mía ¿cree quizá que los 110 cardenales elegirán precisamente al patriarca de Venecia, que es el último?", le respondió él. A su secretario le hará esta confidencia: "Creo que ha llegado para la iglesia el momento de dirigir su opción por el Tercer Mundo. ¿Y sabe en quién pienso? En el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider. (El propio Luciani, ya Papa, confesará que él dio su voto al cardenal de Brasil).

A pesar de aquel gesto de Pablo VI, colocándole su estola papal sobre sus hombros, el nombre de Luciani no aparecía en los primeros puestos del ranking de los vaticanólogos. Tras salir él elegido, su reacción ante los cardenales que lo aplaudían fue decir: "Dios os perdone por lo que acabáis de hacer". Al día siguiente, desde el balcón de San Pedro, el sonriente Papa Luciani se explicaba con esta naturalidad: "Ayer por la mañana fui a votar, nunca hubiera imaginado (?) Yo no tengo ni la sabiduría del Papa Juan, ni la cultura del Papa Pablo". El diario argentino Clarín daba la noticia de su elección con este titular: "Un patriarca que andaba en bicicleta". El padre Arrupe hacía hincapié "en su rica sensibilidad social". El nuevo Papa eligió humilitas como lema papal. En un gesto sin precedentes, no quiso ceremonia de coronación.

Albino Luciani fue elegido de manera abrumadora (en uno de los cónclaves más breves del S. XX). Los elogios de sus compañeros purpurados se multiplicaban. Sin embargo, para alguno de la curia, la elección del patriarca Luciani fue como un jarro de agua fría. El Papa Luciani, pocos días después, lo percibió: "Sé que un obispo alto y robusto, siempre de esta casa, ha declarado que la elección del Papa ha sido un descuido del Espíritu Santo?". El aludido no era otro que el corpulento Marcinkus.

Albino Luciani conectaba muy bien con la gente. A su secretario le manifestó, en varias ocasiones, que, de no haber sido sacerdote, le hubiera gustado ser periodista. Sus artículos en el Gazzettino di Venezia eran muy leídos. "Hubiera sido aún más popular que Juan XXIII". Aunque, también, "algunos le criticaban porque hablaba a un nivel demasiado popular y en la Secretaría de Estado estaban que trinaban por su modo coloquial de las audiencias", revela el jesuita F. Farussi, entonces director de Radiogiornale, en Radio Vaticana. Cuenta que "un día sonó el teléfono y tuve que escuchar: "¿Qué piensas que está haciendo el Papa en las audiencias? ¡Está blasfemando!". El Papa, en su sencillez, se había limitado a decir: "Rogad por este pobre Cristo".

Sólo 33 días de Papa. Como si cada uno de esos días representaran cada uno de los años de Cristo. Tras su muerte, el cardenal Benelli (fue "el gran elector de Luciani"), con lágrimas en los ojos, lamentaba ante los medios: "La Iglesia ha perdido el hombre adecuado para el momento adecuado? estamos asustados". En cambio, el cardenal Baggio (era uno de los curiales a los que el Papa Luciani pensaba desplazar de Roma) manifestó a los periodistas, sin inmutarse: "El Señor nos utiliza, pero no nos necesita? fabricaremos otro".

En 1984, el escritor e investigador inglés David Yallop ("a instancias de gentes del entorno del Vaticano") publicó, después de tres años de intensa investigación, un libro, muy polémico, con una ingente aportación de datos: In God"s Name (En Nombre de Dios) con la tesis del envenenamiento. Según una encuesta publicada en Italia, un 33% de los italianos se mostraban convencidos de que la muerte del Papa Luciani fue provocada (Ya, 8-10-1987).

En 1988, otro escritor anglosajón, J. Cornwell, a quien el Vaticano le abrió sus puertas para que investigara, publicó Como un ladrón en la noche. De este último, según el sacerdote Jesús L. Sáez "lo mejor son las entrevistas. Lo peor el final: que Juan Pablo I se dejó morir. Parece desconocer la biografía de Luciani y no ha conseguido una información médica elemental de su estado de salud". El libro de Yallop, dice, arrojó mucha luz: "Si la muerte de Juan Pablo I se debió a causas naturales, entonces hay muchas cosas que no se entienden. Pero si murió de forma provocada, entonces se entiende todo".

Uno de los entrevistados por J. Cornwell fue John Magee, secretario, junto con Diego de Lorenzi, del Papa Luciani (antes lo fue de Pablo VI y después de Juan Pablo II, quien lo nombró obispo). Tras 10 años de silencio, John Magee desmintió la versión oficial del Vaticano al confesar que no fue él, sino sor Vincenza, quien encontró el cadáver de Juan Pablo I. Y reveló que el Papa Luciani (que "hablaba muy bien inglés y alemán, y la misa la celebraba en inglés") le pidió ser su monaguillo. Con lágrimas en los ojos, cuenta: "Una mañana el Santo Padre me dijo: "John, ¿me podría hacer un favor? Quiero que usted diga la misa y quiero que me deje ser su monaguillo". Más tarde, me dijo: "Gracias, lo volverá a hacer otra vez por mí. Ya le diré cuándo". Lo hice tres veces. Pero nunca lo hice público".

Hans Urs Balthasar, uno de los grandes teólogos católicos del s. XX, en su último libro, Erika (1988), recoge la visión de una monja alemana, Erika, según la cual el Papa Luciani es asesinado por medio de una inyección letal. Balthasar, que comprometió su prestigio catalogando teológicamente dicha revelación como "visión privada", fue nombrado, poco después, cardenal por Juan Pablo II.

Un hecho a destacar en la biografía del Papa Luciani fue su encuentro, siendo Patriarca de Venecia, con la vidente de Fátima Sor Lucía. El encuentro se celebró, a petición de ésta, en su convento de Coimbra, en julio de 1977, en un viaje de peregrinación del Patriarca a Fátima. "En cuanto a Usted, señor Patriarca, la corona de Cristo y los días de Cristo", le manifestó Sor Lucía. Aquella frase ya no se la podría quitar de la cabeza. Le turbaba. "Sor Lucía me ha dejado un grave pensamiento en el corazón. Ahora no podré nunca olvidar Fátima".

En el año 2000, el que fue secretario de Juan XXIII, Loris Capovilla, viejo amigo de Luciani, manifestó que, en el texto del famoso Tercer secreto, "el Papa de la sonrisa había creído leer algo que le afectaba" a él. Por lo tanto, dice Jesús L. Sáez, Albino Luciani "se sentía aludido".