TRAS exponer en un artículo anterior las reflexiones generales sobre los posibles motivos y circunstancias que han contribuido, tal vez, a suscitar la cuestión Pagola, hay con todo una crítica concreta del libro, debida al obispo de Tarazona, monseñor Demetrio Fernández, que se remonta a enero de 2008 y considera que "este libro? sembrará confusión, también en mi diócesis, pequeña y humilde, que vive influenciada como todas por los fenómenos de masas?". Creo un deber, porque además tiene actualidad debido a los últimos movimientos en el seno de las bases de la Iglesia católica, comentar los motivos que aduce monseñor.
Empezando por el final, asegura que el Jesús presentado por Pagola "es un terapeuta que acoge al hombre pecador". Pagola dice que Jesús es una persona profundamente preocupada por los más menesterosos de la sociedad, no porque estas gentes sean mejores, sino porque son necesitados y Dios exige atenderles antes que a nadie. Y esto, en mi opinión, es Evangelio puro, vivo y, con demasiada frecuencia, muy olvidado en amplios sectores de nuestra católica Iglesia. En la presentación del libro leemos literalmente: "No basta confesar que Jesús es la encarnación de Dios si luego no nos preocupa saber cómo era, qué vivía o cómo actuaba ese hombre en el que Dios se ha encarnado." (p. 7). ¿Le parece, de veras, a monseñor que quien ve en Cristo a Dios encarnado puede presentarlo como un mero terapeuta? Creo, pues, que las reflexiones de Pagola sobre Jesús nada tienen que ver con esa figura dignísima, pero manifiestamente ajena al personaje que nos ofrece el autor.
Dice monseñor que el libro "presenta a un Jesús vaciado y rellenado, según la técnica de la desmitologización promovida por R. Bultmann". Naturalmente, depende de lo que Pagola se haya propuesto expresar y de lo que busque quien se acerca a su libro. Pagola advierte que su propósito es ofrecer una visión histórica; pero no una imposible biografía, sino "captar de alguna manera la experiencia que vivieron quienes se encontraron con Jesús" (Presentación, p. 6). No se trata, pues, de teología cristológica. Pero no hacer cristología dogmática, no convierte el trabajo en "un vaciado y un rellenado". Yo creo que Pagola no vacía ni rellena nada; se limita a exponer determinados rasgos del Salvador. No veo el pecado de tal pretensión. Claro que "hay un silencio total sobre la reflexión que a lo largo de la historia ha realizado la Iglesia", porque hacerla sería otra cosa: sería una exposición de la doctrina de los distintos concilios, de la patrística y de las declaraciones papales. Para eso está, entre otros instrumentos, el Enchiridion Symbolorum de Denzinger.
Por este camino, el de la desmitologización, "podemos presentarnos un Jesús a nuestra medida y a nuestro gusto", dice monseñor. Por éste y por cualquier camino tendemos frecuentemente a hacer esto con Jesús y con el mismísimo Padre Dios. Así convertimos la religión en algo acomodaticio y facilón, carente de interés y de mordiente. Pero lo cierto es que Pagola no hace tal cosa. Presenta un Jesús de rasgos netamente evangélicos. En ningún caso se niegan otras facetas neotestamentarias de la persona de Jesús, aun cuando no formen parte del cuadro desarrollado. Y los rasgos con los que lo presenta son verdaderamente inquietantes para una conciencia cristiana leal: suena en ellos el mensaje de Cristo sobre lo que se nos va a preguntar en nuestra última hora: tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, etc. (Mt. 25, 34-41).
"Jesucristo sabe que es Dios y habla continuamente de ello". "J.A. Pagola elude este aspecto fundamental del perfil de Jesús", dice monseñor. Desconozco el status quaestionis actual. En lo que yo sé, es doctrina de la Iglesia que "Cristo, incluso como hombre, siempre tuvo conciencia perfecta y total de su mesianidad, aun cuando el conocimiento experimental de esta mesianidad fue en aumento en las teofanías del Jordán, del monte Tabor y en otras" (Sebastianus Tromp, De Revelatione, p. 220, Romæ 1950). Y esto entra dentro de la lógica de una persona como Jesucristo, en quien convergen la naturaleza divina y la humana. Jesús habla "continuamente" de que es Dios. Es cierto que hay unos cuantos pasajes evangélicos en los que se aborda la cuestión con claridad, sobre todo en la última Cena y en el proceso de la Pasión, pero no son tantos. Son muchos más aquéllos en los que Jesús parece decirlo, pero con fórmulas veladas, y hasta tiende alguna vez a oscurecerlo expresamente dando un sesgo inicialmente desviado a la acusación de haberse declarado Dios (Ioh, 10, 34-36).
En ocasiones, prohíbe la propagación de la noticia, como sucede, por ejemplo, después de la transfiguración, a la bajada del Tabor: "Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos" (Mt. 17,9, y Mc. 9,9). Esto se repite en otros pasajes. Y aquéllos en que habla del "Hijo del Hombre" requieren generalmente interpretación para llegar a la conclusión de que es Dios. No debía estar tan clara la cosa como parece suponer monseñor, cuando Tomás le dice: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?"(Ioh., 14, 5). O cuando Jesús tiene que decir a Felipe "¿Tanto tiempo que estoy con vosotros y no me has reconocido? ¿No sabes aún que quien me vé a mí, ve al Padre?" (Ioh., 14, 8-9). Y, por último, Pagola no elude este aspecto de la cuestión. Al contrario, la presentación del libro lo afirma expresamente en el pasaje transcrito más arriba, El autor se dedica simplemente al aspecto humano y no entra directamente -mucho menos a fondo- en el examen del aspecto divino. No parece esto nada ilegítimo ni contrario al dogma de la doble naturaleza de Jesucristo.
Que Jesús "ha vivido y ha caminado con plena libertad hacia el momento supremo de entregar su vida en rescate por todos los hombres", dice Monseñor. Lo que yo no entiendo es por qué supone que Pagola ve otra cosa. Si es porque Pagola dice que Jesús se estremeció al oír la condena a muerte de cruz, sería una interpretación precipitada no ya del texto de Pagola, sino del mismísimo Evangelio que narra cómo Jesús, a pesar del conocimiento que, con razón, le adjudica Monseñor, sudó como gotas de sangre en el huerto de Getsemaní (Lc.22, 44). La cosa no era para menos.
Parece ser que a monseñor le alarma que le "llegan noticias de que el libro de J.A. Pagola se está vendiendo como rosquillas". Creo que falta ahí un análisis serio de la realidad. Al parecer, del libro de Pagola se han vendido unos 80.000 ejemplares en el escaso período que va de septiembre de 2007 (1ª edición) hasta enero de 2008 -fecha de la declaración de monseñor- o quizá hasta nuestros días. Esto, en España, convierte al libro de Pagola en éxito editorial indudable y en un best-seller.
Ahora bien, 80.000 libros vendidos, ¿cuántos leídos? No es ciertamente lo mismo comprar que leer. ¿Qué entiende monseñor por "gentes que no tienen elementos de juicio para leerla [la obra de Pagola] críticamente"? Suponemos que se trata de gentes sin conocimientos religiosos que vayan un poco más allá de "la fe del carbonero". ¿Cuánta gente de ésta "no letrada" lee simplemente en España? ¿Qué lee? Y ¿esta buena gente va a comprar, y mucho menos a leer, un volumen de 503 páginas en su edición virgen del Nihil obstat, y de alrededor de 560 páginas en su edición censurada, es decir, un libro que es para la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos un "tocho" (Pagola me perdone-por muy best-seller que haya parecido ser).
En un asunto de este tipo, creo que se debe ser más exigente. Es requisito elemental de la caridad cristiana, y también de la justicia. Y no lo digo por Monseñor en sí, que es más bien comedido en sus comentarios, sino por el efecto dominó que estas manifestaciones originan en personajes obsesos, que "heréticamente" ven herejías hasta en el propio Concilio Vaticano II, y que, por ello, son sumamente peligrosos para la Iglesia y para su aggiornamento. A ellos es aplicable la aguda observación de Martín Descalzo; "?no siempre los mejores obedientes son los que hasta ayer se pasaron la vida pidiendo obediencia a los demás" (Etapa I, p. 285).
Me parece que todo lo expuesto en estas líneas y en el artículo anterior, se resume en que muchos de nuestros obispos suelen tender a esperar qué dice Roma, pero no adelantan, ni dejan a sus teólogos que adelanten, aportaciones que luego la Iglesia universal irá depurando.
Así, desde luego, no es fácil equivocarse, pero esa actitud y esa conducta son para Roma y para toda la Iglesia un lastre que puede resultar sumamente pernicioso. No estará de más recordar las parábolas de los talentos (Mat. 25, 14-30), o de las minas (Lc. 19, 11-27): "No condena Jesús a quienes han trabajado, arriesgado y aportado, sino a quien ha guardado cuidadosamente el dinero y lo devuelve sin ninguna aportación".