ERA de ver la capilla ardiente de Juan Antonio Samaranch en el salón principal del Palau de la Generalitat, con los reyes de España y muchos políticos leyendo panegíricos a la labor de un hombre que ese día en el Financial Times era descrito así: "Probablemente es el último de su generación de políticos fascistas europeos que permaneció activo en la vida pública". Un hombre que, como el rey, jamás condenó una dictadura sangrienta de la que él fue tan fiel y eficaz servidor.

No hay que extrañarse pues de que al juez Garzón le sienten en el banquillo de los acusados Falange Española y Manos Limpias. En esa foto de la capilla ardiente de Samaranch y en el procesamiento de Garzón queda bien resumida la sacrosanta y exportable Transición política española como uno de los grandes camelos de los últimos años. Una etapa que se mantenía en difícil equilibrio cogida por alfileres con la condición de que no se la tocara ni con el pétalo de una rosa. En caso contrario, el invento podía caerse estrepitosamente, como efectivamente ha caído. Una Ley de Amnistía que quiso ser una ley de punto final ante los crímenes y robos de un sistema totalitario. Unas víctimas de la dictadura que jamás fueron tenidas en cuenta, siendo cien mil veces más numerosas que las víctimas de ETA. Unos robos que nunca fueron resarcidos. Ahí está como uno de los muchos ejemplos el de la Delegación Vasca de París, utilizado vejatoriamente hoy por el Instituto Cervantes. Un jefe del Estado puesto ahí por un criminal. Un 23-F jamás investigado. Un Estado de las Autonomías generalizado para que vascos, catalanes y gallegos no seamos tratados con singularidad. Unos idiomas cooficiales nunca respetados en la literalidad de la ley. Miles de asesinados y enterrados en las cunetas y vertederos, sin posibilidad de ser honrados por sus familiares. Una nomenclatura franquista que da nombres a calles, plazas y edificios que todavía no se han borrado en España. Unos documentos robados y depositados en Salamanca cuya devolución a los legítimos dueños es imposible conseguir. Pensiones a los vencidos tan a cuentagotas que el tiempo ha logrado que no las cobren nunca. El envalentonamiento de una derecha y una ultraderecha cada vez más agresivas. La manipulación de la historia sin una política pedagógica para romper documentalmente el silencio de cuarenta años de mensaje único. Y, afortunadamente, unos nietos que comienzan a hacer preguntas impertinentes.

Todo eso se está produciendo. Afortunadamente. De ahí que me haga gracia que Felipe González y Carrillo protesten por el procesamiento a Garzón cuando fueron ellos al alimón quienes en 1977 diseñaron este largo silencio culpable.

Don Julián Ariño fue durante cuatro décadas médico dentista en Bilbao. Con sus ahorros montó en Elorrio, su villa natal, una fundición de hierro, Berriotxoa Burdiñola. En abril de 1931 lo eligieron alcalde. Su gestión fue muy provechosa para sus ciudadanos. A su iniciativa se debió la creación de una magnífica escuela, el frontón de pelota, el matadero y una actuación destacadísima en pro del primer Estatuto de Autonomía de la historia vasca. Fue uno de los miembros de aquella directiva de la comisión de alcaldes vascos que participaron en asambleas, reuniones y viajes para sacar adelante aquel proyecto juntamente con el alcalde de Getxo, José Antonio Aguirre; el de Tolosa, Doroteo Ziaurritz; el de Deda, Florencio de Markiegui; y el de Andoain, Pablo Egibar; coordinando las acciones de Estella, Azpeitia y Gernika. El franquismo le robó su acta de alcalde y le persiguió. Tuvo que vivir refugiado en Laburdi.

Don Juan de Izurrategi había nacido en Ondarroa, pero llevaba treinta años como párroco de Santa María en Elorrio. Como muchos, fue un cura perseguido, expulsado, encarcelado y castigado por enseñar el euskera y aportar veinticinco mil pesetas de entonces para el sostenimiento de la Escuela Vasca de Elorrio promovida por Julián Ariño, el alcalde. Podría poner decenas de ejemplos de acciones de una generación entregada a la causa de la paz, de la convivencia, del rescate del euskera, del respeto a la discrepancia, del trabajo por la comunidad que de alguna manera resumía en su persona quien fuera el primer lehendakari de la historia, José Antonio de Aguirre. Sin embargo, para el mundo de ANV, que roba el nombre de la ANV histórica que tuvo como consejero a Gonzalo Nardiz en el Gobierno de Aguirre, toda esta historia es repudiable y al parecer no les atañe. Lo de ellos sólo tiene sentido a partir de 1960 cuando, aproximadamente por esos años, nace ETA y ante la iniciativa, loable iniciativa, de los cinco concejales del PNV de que un parque de Elorrio lleve el nombre de aquel ilustre abertzale votan que no. Los cinco concejales del PNV, más el concejal del PSE querían honrar a quien tanto hizo por Euzkadi y por lo que murió en el exilio, pero los seis concejales de ANV votan hace quince días en contra y ante el empate, el alcalde Niko Moreno rompe ese empate y rechazan la propuesta. Toda una hazaña.

Sinceramente, a mí esto me parece infinitamente más grave que si lo hubieran hecho los descendientes de una derecha que persiguió y aventó al lehendakari. Tener el tupé de llamarse ANV, decir que son abertzales, y votar en contra de esta iniciativa merecería que hubiese una agencia que expidiera label de abertzalismo para expulsarles de por vida. Semejante empanada mental, incultura política e histórica, mala entraña, desagradecimiento y mala leche creo que es imposible de encontrar. Ojalá el año que viene Elorrio recupere el buen hacer de Julián Ariño y de las corporaciones presididas en el pasado por el PNV y lave esta ofensa a la memoria de un patriota digno por lo menos de un mínimo respeto.

Dieron el domingo en ETB una larga película sobre Sissi emperatriz. Creía que iban a hablarnos de la biografía de Antonio Basagoiti, el nuevo sí o sí de la política vasca. O lo tomas o lo dejas. O sí o sí. El oasis vasco, en tema tan delicado como la educación emocional de los chavales, para Basagoiti es una autopista unidireccional cuyo policía de circulación es el PP. "Algo repugnante" que diría en Madrid su socio preferente Pepe Blanco, refiriéndose al partido de Basagoiti. Pero Madrid está a casi 400 kilómetros y en el oasis vasco se hace lo que quiere el sheriff del condado, un sheriff que quedó el tercero en las elecciones a autoridades locales.

Por esta razón nos han impuesto una fiesta regional, de esas que hay que estar alegres por decreto, de esas que desnudan a San José como el día del Padre y nos la trasladan y obligan a honrar a Patxi López y a Antonio Basagoiti como nuestros nuevos padres políticos en alegre biribilketa, me imagino que sin desfile militar y sin cabra de la Legión, aunque con un buen vino español.

Nos dicen, además, que fue el Estatuto un lugar de encuentro. Desde luego que no para un PP que hizo abierta campaña por el NO y nunca lo votó. Que ahora nos digan lo contrario está muy bien porque esta gente sólo acierta cuando rectifica, pero que nos obliguen a fuegos artificiales para celebrar un texto que sus mismos partidos, el PP y el PSOE, tienen clavado en Madrid, no deja de ser irónico. Con el agravante de que si de celebrar un Estatuto se tratara, habría que celebrar el primero, no el segundo. De no ser que el primero sea sospechoso ya que el gobierno Aguirre tuvo ejército y política exterior, por circunstancias de la guerra, y no conviene recordar estas cosas. Mira por dónde. Yo sí celebraría y recordaría aquello, que dio con la mayoría de todos ellos en la cárcel, en el exilio o, en el caso de un consejero, en el paredón, fusilado. Cosas así hay que recordarlas, pero no éste Estatuto del que están tan contentos tras haber negociado a la baja una raquítica transferencia de las políticas activas de empleo.

Bueno, pues a trasladar el día del Padre al 25 de octubre y cuando hagamos los regalos de tan señalado día nos acordemos de Patxi y Antonio, nuestros nuevos padres políticos que tanto velan por nosotros.

Con tanto debate identitario, uno de los argumentos recurrentes y más utilizados estos meses ha sido que el nombre de Euzkadi lo inventó Sabino Arana; la bandera, los hermanos Arana; el himno, la letra es de Sabino y la música de Cleto de Zabala, el Aberri Eguna, el BBB de 1932 y que por eso ahora les toca a ellos porque están hartos de que impongamos nuestros símbolos.

Dicho así, con semejante contundencia, el argumento tiene cierto peso porque parecería que los dueños de la patente seamos sólo nosotros, cuando hay tanta gente en liza. Pero si uno se pone a pensar tiene que colegir que de no haber sido nosotros quienes en 1917, en 1931 y en 1978 propusimos, trabajamos, negociamos y plantamos la reivindicación de un estatuto, para rato tendríamos el actual. Es más, si Sabino no hubiera sido un excelente publicista y hubiera dado a este país un nombre (que nos lo quieren desvirtuar con la carlista Euskal Herria cultural), una bandera, un himno y un lema: "Euzkadi es la Patria de los Vascos", para rato Pablo Iglesias o Facundo Perezagua, Areilza o Lequerica, hubieran pensado y dicho que Euzkadi es una Nación y que hay un problema histórico de naturaleza política. El periódico del Partido Socialista aquí era La Lucha de Clases, el de la derecha monárquica La Gaceta del Norte (de España claro), el del PNV, Euzkadi. Esa es la explicación. Mientras para unos su identidad estaba en la lucha de clases y para los otros en la España eterna, el nacionalismo reivindicaba un lugar bajo el sol político de lo vasco en agonía existencial. Y de ahí viene que todos los símbolos hayan sido promovidos por las gentes del nacionalismo institucional, del que cree en una Euzkadi de todos, pero con instituciones propias.

Y de ahí viene también la campaña de sustituir Euskal Herria por Euzkadi del mundo de HB, el que no quiere a Aguirre, y de ahí viene que les moleste tanto al PSE y al PP una bandera, un himno y un nombre proveniente del fundador del nacionalismo vasco. Para ellos con lo de las Vascongadas era más que suficiente. Y por eso se cargan el Aberri Eguna como fiesta nacional de los vascos. En el fondo es comprensible. No lo es, ni en el fondo ni en la forma, lo hecho en Elorrio.