EL quinto aniversario de Josef Ra-tzinger como Benedicto XVI -recién cumplidos sus 83 años- no lo recordará como un gran día para él y menos quizá para la Iglesia. Vientos huracanados y enormes olas encontradas zarandean la barca del pescador. Los vergonzosos delitos de los pederastas deben ser resarcidos, quienes los ocultaron deben pedir perdón, la autoridad debe dar normas firmes al respecto para un eventual futuro... Y, aunque es ya imposible borrar la mancha, deben prevalecer los méritos y la confianza en la multisecular y ejemplar labor educacional a los millones de jóvenes que han pasado y pasan, sin tacha alguna de este tipo, por las escuelas y colegios de la Iglesia.
Aparte de este fuerte y persistente abochornamiento, es desde dentro de la Iglesia de donde salen muestras de malestar y dolor por la situación general de la misma Iglesia, así como voces críticas o disconformes con la misma actividad papal.
El 31 de enero de este año, el jesuita egipciolibanés Henri Boulad, persona destacada en el ámbito eclesial e intelectual de Oriente y Occidente, dirigió una carta personal a Benedicto XVI. Transmitida por la Nunciatura en El Cairo, circula en medios eclesiales de todo el mundo. Carta de cuatro folios, afable, clara, sentida, pero dura, "al ver el abismo en que se está precipitando nuestra Iglesia".
Boulad ha visitado cincuenta países en cuatro continentes, ha tratado con sus jerarcas, ha publicado treinta libros en quince lenguas, dado conferencias y charlas en todos los medios audiovisuales. Tiene 78 años y toca todos los puntos: el abandono de la práctica religiosa; el vacío de seminarios y noviciados; sacerdotes que abandonan su sacerdocio; cristianos que se vuelven hacia las religiones de Asia; el lenguaje de la Iglesia: obsoleto, aburrido, repetitivo, inadaptado a la época y "los dictámenes del Magisterio sobre el matrimonio, la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, los divorciados vueltos a casar, etcétera, no afectan ya a nadie y sólo producen dejadez e indiferencia? Todos estos problemas necesitan un tratamiento pastoral, psicológico, humano?". No vale recurrir a la "aparente, pero equívoca, vitalidad de las Iglesias del tercer mundo", ni "jugar a la política del avestruz?". Boulad acaba sugiriendo un "sínodo general en el que participen todos los cristianos católicos y no católicos?".
El conocido escritor suizo Hans Küng, coteólogo con Ratzinger en el Concilio Vaticano II, en una especie de desafío, escribe una Carta abierta a los obispos de todo el mundo (El País, 15.4.10). En ella reprocha al Papa haber "desperdiciado el entendimiento perdurable con los judíos", "un diálogo en confianza con los musulmanes", "la reconciliación con los pueblos nativos colonizados en Latinoamérica", la ayuda "a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación y el sida", "concluir la paz con las ciencias modernas", "hacer del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia y sus reformas, en vez de relativizar sus textos e interpretarlos retrógradamente". Y, respecto a los pederastas, le echa en cara haber impuesto como cardenal Ratzinger desde la Congregación para la Fe el secretum pontificium. En consecuencia plantea a los obispos seis propuestas: "No callar"; "Acometer reformas"; "Actuar colegiadamente en oposición a la curia"; "Obediencia ilimitada sólo a Dios"; "Aspirar a soluciones regionales" y "Exigir un Concilio".
Por el contrario, en España, la revista Ecclesia, de la CEE, da un "Sí al Papa". Su "período arroja un saldo sumamente positivo: tres encíclicas, tres sínodos, una exhortación apostólica, catorce viajes internacionales a dieciséis países de los cinco continentes, veintiocho canonizaciones, setecientas setenta y dos beatificaciones? Es la sensación de sabernos, a pesar de fragilidades y tempestades, en buenas manos? Y en este doloroso contexto (de los pederastas), Ecclesia Digital pone en marcha una campaña de adhesiones a Benedicto XVI? invitando a ofrecer nuestro Sí al Papa".
Según la revista del Arzobispado de Madrid, Alfa y Omega, "Benedicto XVI va cumpliendo su programa evangelizador: luchar contra la secularización, sobre todo dentro de la Iglesia; meter a Dios en la vida de los hombres; cicatrizar las heridas causadas por las malas interpretaciones del Concilio; buscar la unidad; derrotar a la dictadura del relativismo rampante? El que no entiende a Benedicto XVI es porque no quiere?".
Vida Nueva de la editorial S.M., con PPC, tras su significante giro, dedica al Papa un pliego de siete páginas con sendos artículos laudatorios de cuatro autores sobre los temas: "El amor inteligente y el diálogo fe-razón", "Cultura de la palabra", "Rienda suelta a la causa de la unidad", "La verdad recupera la dignidad". No es cuestión de inclinarse por una u otra actitud por prejuicios o simpatías sin vivir desde dentro los problemas ni examinar atentamente los documentos. Mucho más de acuerdo con la parte crítica, considero real la imagen de la Iglesia y de la sociedad descrita por Boulad. Mucho de lo descrito es anterior a este pontificado, incluso al Ratzinger de la Congregación de la Fe (1981-2005).
Partidario de la secularización, no la confundo con el abandono o carencia de todo sentido transcendente de la vida; incluso de las preguntas fundamentales e importantes sobre ella: su por qué y para qué, su seriedad y responsabilidad, su destino. Todo verdadero humanismo debe comenzar por traspasar la barrera de lo individual, lo familiar y nacional en una solidaridad sólo real si es efectiva. Excluyo de él todo prejuicio sobre lo religioso como obstáculo, merma o pérdida de la libertad; como algo anticuado, enemigo del pensar, de las ideas nuevas y los avances científicos y técnicos. En este sentido, me parece injusto y retrógrado, no sólo ese clima o ambiente arreligioso, pasota -nacido en buena parte de la comodidad: "no necesito" o "no quiero crearme problemas"-, sino también el antirreligioso, hoy muy extendido.
El salto a la fe puede no ser fácil y la práctica de sus exigencias tal vez sea más ardua, aunque gratificante. Pero "reevangelizar" a una sociedad como la europea que, en buena parte, cree estar de vuelta de un cristianismo rancio, es quizá una hazaña mayor que la conversión del Imperio Romano desde la sangre de sus mártires; la de los pueblos germanos y anglosajones en la Alta Edad Media o el reencuentro con la fe de los antepasados tras el desierto materialista de 75 años de comunismo. Y no creo que los años de Pablo VI, ni los 25 de Juan Pablo II, ni los cinco de Benedicto XVI lo vayan consiguiendo, aunque se multipliquen las concentraciones en la Plaza de San Pedro o en las misas al aire libre del Papa en sus viajes internacionales. Se necesita mucho más, y los críticos no van equivocados.