REFLEXIONAR sobre los hechos y acontecimientos que se producen en nuestro entorno, así como sobre nuestras vivencias y experiencias, propias y ajenas, acumuladas en nuestra mente, constituye un ejercicio muy saludable y recomendable y, probablemente, el más importante para el desarrollo personal y de grupo. Pero tiene una condición, sine qua non, para que sea efectiva y positiva: que la reflexión sea sincera y al desnudo, sin prejuicios. Desgraciadamente, este modo de actuar no es frecuente. Se tiende a reflexionar para confirmar lo que ya se había decidido previamente ante uno mismo, ante el grupo o colectivo correspondiente o ante la opinión pública… Este tipo de reflexiones sólo vale para satisfacción personal o colectiva. No tiene efectos prácticos, para aplicar correcciones o estrategias superadoras de la actuación precedente. Por esta razón, se incurre, frecuentemente, en los mismos errores una y otra vez. Ahora mismo, se vislumbra que algunos partidos y grupos sociales incurren exactamente en los mismos errores que cometieron en las pasadas elecciones al Parlamento Vasco, cuyo resultado fue nefasto para ellos mismos, y, lo que es peor, posibilitaron -junto con la acción político-judicial para ajustar el cuerpo electoral a las aspiraciones de los partidos españoles- que hoy estemos gobernados en la CAV por el Gobierno español, directamente y a través del Gobierno vasco.
Hemos celebrado el Aberri Eguna. El día de la Patria, del Pueblo, de la Nación Vasca. No es una celebración cualquiera en una situación anomala. Si la Nación Vasca fuera libre, entonces sí sería una situación normal y lógicamente la orientación de la celebración de este día sería muy diferente. Por eso, la actuación de los grupos sociales y políticos vascos, tiene que ser diferente, adaptándose a las exigencias que requiere una situación anacrónica. Deben emprender y estimular actuaciones proporcionales al caso. ¿Acaso es normal que un Pueblo, una Nación, en el siglo XXI, no sea libre y pueda actuar en concurrencia con las demás Naciones libres, con absoluta normalidad? Es una anomalía grave que tiene consecuencias nefastas, de forma continua, para los que habitamos aquí y para el conjunto del Estado. Se da principalmente porque España posee una muy deficiente democracia cuyo nivel le será muy difícil superar por su propia inercia histórica y su idiosincrasia.
Esta situación nos sitúa ante el dilema de cómo valorar el último Aberri Eguna. Han concurrido, como siempre, dos elementos básicos. Por un lado, el aspecto emocional de los participantes en los diferentes actos, compartiendo con otras personas sentimientos profundos, constatando que son muchas las personas en este país que sienten intensamente a su Pueblo, a la Nación Vasca como propia, con sus características especificas y con una amplia pluralidad y diversidad de todo orden, inherente a cualquier pueblo y nación de cualquier lugar. Nada especial, en este aspecto, como algunos pretenden destacar, generalmente para defender sus intereses y negar los derechos de este antiguo y robusto Pueblo de Europa y su ciudadanía. Por otro lado, el aspecto reivindicativo: el derecho a decidir libremente, a la autodeterminación, sin limitaciones ni condicionamientos de ninguna clase, a la independencia; a la unidad territorial de los siete territorios que conforman Euskadi-Euskal Herria.
Pues bien, para lograr estos objetivos, el Aberri Eguna ddel pasado día 4 y a pesar de los miles de personas que participaron en los diferentes actos no es suficiente. Podríamos seguir años y décadas con esta estrategia y mantenernos en la misma posición del inicio, con más o menos asistentes. Es decir, satisfacción emocional, sí; logros en los objetivos finales, no. Es necesario cambiar, actualizar el modo. Nunca ha sido, ni será, eficaz que uno o unos convoquen e inviten a los demás a que se sumen a los actos. Cuando se trata de una cuestión tan importante que afecta al conjunto de la sociedad vasca y su futuro, con toda la amalgama ideológica y emocional que habita en su seno, hay que evitar, a toda costa, los protagonismos personales y/o de grupo y los afanes de rentabilizar este tipo de acciones y acontecimientos. Además, lejos de favorecer esos intereses, como demuestra la experiencia, les perjudica.
Se entiende como normal que los grupos políticos y sociales organicen actos específicos para su militancia y simpatizantes más ideologizados, durante las fechas del Aberri Eguna, pero tiene que convocarse, necesariamente, a un programa central a toda la ciudadanía vasca, cuyo resultado tiene que ser muy relevante. Esto significa que los convocantes, todos grupos sociales y políticos con sensibilidad nacional, deben movilizar a cientos de miles de ciudadanos. Y esto sólo será posible si se impulsan los actos para el Aberri Eguna de forma unitaria.
Todos los partidos, sindicatos y organizaciones sociales sensibles a este día tienen que participar en el diseño del programa de actos, el eventual manifiesto y en todos los pormenores del programa. Todos, con sus diferencias ideológicas, con sus innumerables matices en diferentes áreas, pero unidos, inequívocamente, en un objetivo básico: Derecho a decidir, sin ninguna limitación ni condicionamientos. ¿Es esto posible? Claro que es posible.
Ha llegado el momento de actuar con inteligencia suficiente, de anteponer, de una vez, el interés de este país para alcanzar objetivos comunes y dejarse de la descalificación facilona, simple, ñoña… Eso que lo hagan los otros, que se sienten muy a gusto con su constitucionalismo patriótico español. Aquí tenemos un problema grave que nos afecta a todos los ciudadanos y ciudadanas y, es obvio, que lo tenemos que resolver y superar ya. No se puede estar toda la vida con la misma cantinela. Es imprescindible impulsar un programa de actuaciones coordinado perfectamente entre todas las fuerzas sociales y políticas para lograr el reconocimiento del Derecho a Decidir. Es el primer paso, que de ningún modo puede estar condicionado por los procesos electorales, aunque siempre hay alguno en perspectiva. Porque aplicando el criterio electoral jamás podríamos afrontar esta cuestión básica, cada vez más urgente.
Y sin embargo sí tenemos un reto a la vista que hay que afrontar con un mínimo de inteligencia: las elecciones del próximo año. Los partidos de obediencia vasca deben y pueden arrasar. Hay motivos y datos suficientes para lograrlo. Solamente es necesario utilizarlos con inteligencia, firmeza, eficacia y sin titubeos. Evitar a toda costa las descalificaciones, e incluso la crítica simple e insistente a los que van en el mismo barco -aunque sea en posiciones diferentes- o sea, a los partidos de obediencia vasca. Las críticas tienen que estar dirigidas y centradas, exclusivamente, a los del otro barco, los que forman el frente, sólido, constitucionalista y patriótico español.
A pesar de las diferencias existentes y muy lógicas, ¿será posible, por fin, emprender una línea de actuación coordinada convenientemente entre las fuerzas sociales y políticas, que nos permita alcanzar objetivos comunes a corto plazo?
* Analista