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"Pásalo", las tardes rotas

ETB ha sido patria del debate, del diálogo como metodología y ética, "Pásalo" ha sido referente de muchas cosas, pero llegó el nuevo Gobierno con las tijeras. Un delito de lesa televisión, una voladura incontrolada del diálogo. Ha sido el último destrozo de López.

LA televisión que se hace en un país refleja los valores y preferencias de sus ciudadanos? Entiendo que sí, aunque conviene relativizar esta proyección porque en la definición de la programación intervienen unos profesionales concretos, que se desenvuelven a partir de objetivos tasados y condicionados por los recursos disponibles, todo lo cual determina la oferta final. De manera que podemos decir, sin exagerar, que ETB manifestaba la realidad y ambiciones de Euskadi, desde las circunstancias lingüísticas a sus conflictos sociales, políticos y culturales, así como su humor, su ingenio, sus complejos y sus sueños. Y dado que ETB es una cadena pública, podríamos afirmar también que la televisión vasca ha mostrado la talla de su clase gobernante, tanto por la priorización de los contenidos, como por la calidad de la gestión, el nivel de sus profesionales y la identificación social obtenida. Pero esto es pasado.

Durante décadas, ETB ha sido la televisión del diálogo, la patria del debate. Y no por casualidad, sino porque en Euskadi se creía en el valor resolutivo y pedagógico del hablar y escuchar. El diálogo como metodología y también como ética. Fruto de esta sensibilidad moral, Euskal Irratia Telebista ha ofrecido a la sociedad una gran variedad de programas de debate, cuya característica común ha sido la pluralidad, una diversidad de opiniones imposible de encontrar en otras emisoras públicas y privadas. Nada es perfecto, pero en nuestra televisión han tenido voz y presencia todas las sensibilidades políticas y sociales, incluso las más abyectas. Pero hablo en pretérito.

López ha destruido lo mejor que tenía ETB: la compleja e inestable pluralidad de Euskadi, la capacidad de dirimir cara a cara nuestras diferencias y dar una oportunidad al acuerdo. Se ha acabado. Ahora se habla con filtro y con sordina. Se conversa con uniforme. Se dialoga a medias, sin esperanza. El debate es previsible, estrecho, alicorto. No se dice toda la verdad. Y así las cosas, los programas de diálogo van cayendo o se desmoronan, no sólo porque hay sillas vacías y el pluralismo ha sido arrebatado, sino porque el clima de encuentro está enrarecido, cascado por la revancha y contaminado por un Gobierno que ha hecho de la televisión su alcázar y se apoya en quienes manifestaron sin rubor, nada más llegar, que "ETB daba bola a ETA". Con este lema se trabaja hoy en ETB. Lógicamente, la emisión y la audiencia van muriendo de tristeza.

Tengo que hablar de Pásalo, el programa de diálogo de las tardes vascas que acaba de ser inmolado por los salteadores de la palabra. Es una obligación moral referirme a lo que ha sido y representado este espacio, más allá de los detalles menores y las imperfecciones de todo producto. Y hablo como parte del mismo, pues semejante honor que me fue dado no puede ser más que un argumento para poder referirme a Pásalo con pleno conocimiento de causa. Pásalo ha sido un referente de muchas cosas. En primer lugar, desmontó la teoría de que las tardes eran el ámbito exclusivo del parloteo baboso sobre las celebridades y la hora del cotilleo, tan español. Pásalo desmintió esta dedicación exclusiva al chisme y los culebrones y derrotó a la telebasura. Y después de presentar esta arriesgada alternativa, Pásalo supo dignificar el destartalado género de la tertulia, dándole otro estilo, más cultivado y decente, más elevado y abierto, aportando, además, una variedad de enfoques coherente con la diversidad de nuestro país. De hecho, Pásalo ha hecho por la aproximación social y emocional a Navarra más que todos los proyectos nacionalistas juntos en treinta años. Pásalo era una Euskal Herria a escala.

En las tardes vascas, Pásalo realizó impagables servicios a la ciudadanía: puso voz e imagen a conflictos y asuntos olvidados, sacó del anonimato rincones de nuestro país, catalizó asuntos necesitados de impulso, fue fiel retrato de la actualidad y supo estar, de pie y con serenidad, en los momentos más duros de las tragedias y la violencia terrorista. Acompañó, criticó, alabó, discutió y se emocionó con las cosas buenas y malas que ocurrían. Y fue incómodo azote, no pocas veces, de alcaldes, consejeros, concejales, diputaciones y empresas. Mosquito picajón y también válvula de escape de no pocos problemas y frustraciones que habitan Euskadi de norte a sur. Pásalo no era perfecto; pero fue lo mejor y lo más honesto entre todo lo posible. También yo me he quejado amargamente de su toque superficial en temas delicados y de su fijación anticatólica, tan dolorosa para mí; pero por encima de estas y otras flaquezas, Pásalo supo llegar al corazón y preocupación de la gente y ésta le premió con unas cotas excepcionales de audiencia, que en los últimos años superaban el 20%, con picos del 26 y el 28% en ocasiones. Las demás cadenas se morían de celos. Hasta que llegó la amargura de López con las tijeras del desquite antinacionalista y el programa comenzó a menguar hasta rebajarse al triste 13% de los últimos meses. Un delito de lesa televisión. Una voladura incontrolada del diálogo tranquilo y completo.

No creo en la nostalgia, ni hay opción para la melancolía en estos difíciles tiempos; pero debemos un reconocimiento al esfuerzo honorable de este espacio. Pásalo es ya recuerdo. Sí, memoria de la dulzura de Adela y la inagotable ironía de Iñaki, sus presentadores. Quedan para siempre la pasión de Ainhoa Goikoetxea, la consistencia de Mikel Huizi, la elegancia de Olga Macía, la sabiduría de Javier Armentia, el sentido común de José Luis Mendoza, el temple intelectual de Koldo Martínez, la experiencia de Garbiñe Biurrun, la delicadeza de Ana Zugaza, la maestría de Marta Fernández, la fortaleza de Joserra Aranbarri, la sublime honestidad de Alfredo Martínez-Florez, el corazón de Floren Torrelledó, la espontaneidad de Esther Esparza, la pegada de Martín Barriuso, la sonrisa darwiniana de Miguel Ángel Sabadell, el feminismo amable de Tere Sáez, la sensibilidad de Jon Aldeiturriaga, el coraje de Julen Madina, el rigor analítico de Iñaki González, la mesura de Ricardo Elorza y la culta categoría de Antonio Álvarez-Solís, injustamente represaliado. Y tantos otros, más de cincuenta. Y, por qué no decirlo también, la excesiva y, sin embargo, entrañable Paloma Zorrilla y el irredento Gabirel Ezkurdia, extremos del universo vasco de las tardes de Pásalo. En medio de todo, la figura discreta e inteligente de Arri Granados, alma del programa, haciendo equilibrios y prodigios junto con su equipo (Nagore, Valdi, Urdapilleta, los reporteros...) para sostener tanta densidad de diálogo. Es lo mucho que nos queda de sus seis años de vida.

Pásalo es el último destrozo de López. Tardes rotas en Euskadi. Y mientras esto sucede, Jesús Egiguren, presidente de los socialistas vascos, declara: "Gran parte de lo que ha hecho el nacionalismo en el Gobierno vasco ha estado muy bien" (El Correo Español, 10-02-2010). Entonces, ¿por qué triturar la excelencia? Si no son capaces de crear cosas nuevas, al menos aprovechen la buena herencia recibida.