EL cine es un mercado y los premios Goya una porción de su marketing, con su espectáculo y feria de vanidades. ¿Y si Europa pusiera aranceles a las películas norteamericanas respondiendo a Trump?
Ocurrió en la gala de Granada; pero al revés: el cine español se arrodilló ante Hollywood pagando su arancel de pleitesía al conceder a Richard Gere, más galán que virtuoso, el Goya Internacional, quizás solo porque tiene una novia gallega y era una oportunidad para añadir una pizca de glamour a la fiesta del celuloide hispano. En fin, muy pueblerino y sin la ironía de Bienvenido Mister Marshall.
Empate en los Goya
Y llegó la gran chapuza al teatralizar un supuesto empate para la película ganadora, lo que fue un sucio error. Tuvo Salomón que salir al escenario a ponerle remedio con el sainete. Se enfrentaban lo real y lo embustero. Por un lado, El 47, una historia auténtica y de personas ciertas. Y por otro, una historia falsa, La infiltrada, de la bilbaina Arantxa Echevarría, con un personaje inventado producto de la propaganda policial, un Mortadelo y Filemón.
Antes de eso, Almodóvar, que se olía el fiasco, hizo mutis por el forro con una excusa para no ver su dirección superada por un film menor. La habitación de al lado, luminosa y elegante, que venía de triunfar en Venecia, no podía perder lo más que merecido. Fue una gala sobria de eternas cuatro horas, pero con instantes estelares como el discurso de Aitana Sánchez-Gijón, puro cine, y el homenaje a Marisa Paredes de su hija, todo amor y orgullo.
Karla Sofía Gascón
Y sobrevoló, junto al cambio climático y la emigración, el veto a Karla Sofía Gascón, autoliquidada y bocazas, porque la memoria existe, amiga mía, e imperdonables son tus mensajes racistas. Audiencia a la baja, 2,3 millones en TVE. Por favor, dele una mano de pintura, señor Goya.