La vergüenza de ser español, reconocida por Pablo Motos en El Hormiguero, no es vergüenza, es peor: es complejo. La vergüenza es una emoción de apocamiento más o menos intensa, mientras que el complejo es una patología.

La que sufre Motos la padecen miles de ciudadanos incapaces de aceptar y gestionar las contradicciones inherentes a una democracia en la que creen lo justo, por aquello (tan español) de embestir a quien piensa diferente. Si un acomplejado es persona inestable, imaginen una multitud con igual complejo de inferioridad. Su tendencia autodestructiva, mala educación y falta de respeto, junto a una penosa historia, enferman a un país entero.

¿Qué le ocurre a Pablo Motos que lleva meses crispado y grosero con la izquierda y los “satélites de Sánchez” (entre los que incluye a la mayoría vasca) y apuesta por envenenar la convivencia y la exageración de las cosas? ¿Es una disparatada táctica para defender su liderazgo? ¿O se trata de una apuesta por la derecha y la ultraderecha, inducida por colaboradores como el escritor Juan del Val, la rica Falcó y Cristina Pardo?

Hasta ahora El Hormiguero era un formato de entretenimiento con presencia de actores, escritores y cantantes con sus novedades. De repente, ha adoptado el tono trumpiano de la bronca. Y para proclamarlo Motos declara sentir vergüenza de ser español, que equivale a menoscabarse con el fin de humillar a los demás. España es un terco conflicto entre una ciudadanía valiosa y otra gente desmesurada e irracional que lo quiere todo y tiene medios para agitar la nostalgia de una época autoritaria. Pablo Motos y su equipo, con la tolerancia de Atresmedia, se ha pasado a la orilla de las bajezas y la turbulencia ultra, desde donde también se incendian las calles. Sí, debería darle vergüenza.