Terminar la fase de grupos de la Europa League en segunda posición, con los mismos puntos que el líder, Lazio, sintetiza el desempeño del Athletic en su regreso a los torneos continentales. Con la lógica prevención, pues eran muchas temporadas viviendo alejado de dicho ámbito, el objetivo marcado para la liguilla no era otro que asegurar el acceso a la ronda siguiente. Bastaba para ello figurar entre los 24 mejores o, lo que es lo mismo, eludir los últimos doce puestos, que significaban la eliminación automática al cabo de las ocho jornadas fijadas.

Sobre el papel, un empeño asequible, aunque la lista de los rivales adjudicados en el sorteo generase cierta incertidumbre. Es lo que tiene cruzarse con adversarios poco conocidos, pero que en muchos casos aventajaban a los de Ernesto Valverde en experiencia. Casi cualquiera de ellos partía con ese plus que concede figurar asiduamente en el escaparate internacional. Además, el nuevo sistema ideado por la UEFA asomaba como un factor más para abonarse a la prudencia.

El discurrir de la competición fue poco a poco despejando dudas tan razonables y permitió comprobar que el Athletic estaba en condiciones, no solo de pelear para continuar en el ajo, tal como se había propuesto, sino incluso para opositar a cotas superiores. La posibilidad, confirmada con suficiente antelación, de hacerse un hueco entre los ocho de arriba y con ello saltarse la ronda de dieciseisavos y pasar directamente a octavos, se convirtió en una aspiración legítima a partir de la tercera jornada.

El Athletic arrancó un empate en el feudo del teórico coco del grupo, la Roma, no halló excesivos obstáculos para deshacerse del AZ Alkmaar y contó con el guiño de la fortuna para sumar tres puntos más en casa a costa de un Slavia Praga que mantuvo en vilo a San Mamés. Con estos resultados ingresó en la zona noble de la tabla, situación que apuntaló derrotando a Ludogorets (1-2) y Elfsborg, un caramelo. Puede afirmarse que remató la faena en la visita al Fenerbahce (0-2). Ni siquiera la goleada sufrida luego en el campo del Besiktas supuso una seria amenaza para sus intereses. De hecho, un punto en la jornada de cierre era suficiente. En la hipótesis de haber tropezado con el Viktoria Plzen, en vez de segundo hubiera concluido la liguilla como quinto.

Lo relatado entraña un mérito superior por cuanto mientras fue gestionando la Europa League, el Athletic no se distrajo de sus obligaciones en liga. Fue capaz de compaginar ambos frentes con energía y eficacia para asentarse en la plaza de Champions que ostenta en la actualidad. Cierto que en enero pagó el peaje de un calendario al que no está acostumbrado, lo cual se saldó con la dolorosa y prematura despedida de la Copa, a modo de gran borrón.

Circunstancia que, sumada al éxito en la Europa League, le aligera la agenda durante el mes que ahora comienza: cuatro jornadas ligueras con semanas limpias para enfrentarse a Betis, Girona, Espanyol y Valladolid. Una oportunidad para afianzarse definitivamente y alejar a los rivales directos, la mayoría condicionados por la distancia que les separa de los rojiblancos a fecha de hoy.

Volviendo a la Europa League y dado que es muy pronto para hincar el diente a lo deparará el futuro, con motivo de la eliminatoria de octavos en marzo, no está de más repasar dónde ha quedado el resto de los integrantes del grupo del Athletic. Es una forma de relativizar, siquiera parcialmente, el balance. Resulta que la mitad ha tenido que despedirse de la competición: Elfsborg, Besiktas, Slavia Praga y Ludogorets. Y el resto aparece difuminado, de la decimoquinta posición de la Roma hacia abajo. Nadie salvo los aludidos tiene la culpa de esto, acaso sí el Athletic por la parte que le toca, pero da la sensación de que aquellos recelos de septiembre eran infundados.

La conclusión que deja la fase de grupos, aparte de poner en valor el comportamiento propio, versaría en torno a la mediocridad generalizada de los contendientes. Curiosamente, Besiktas y Slavia Praga, los dos más duros de pelar, están fuera.