La primera mitad de la vigente temporada deja un regusto insuperable. Los números obtenidos, impactantes se miren como se miren, reflejan con precisión una capacidad competitiva que solo dos años atrás no entraba en ningún cálculo. Ahora que todo son alegrías, conviene no olvidar este detalle, esa larga y cercana en el tiempo serie de campañas presididas por el quiero y no puedo. Hoy hasta parece algo normal ver al Athletic resolviendo cualquier tipo de compromiso, al margen de la identidad de los rivales o de los escenarios; nos hemos habituado a aplaudir a un equipo que se maneja con la soltura de los mejores, que ha enterrado dudas, desconfianzas, temores. Se relame la afición, son agua pasada aquellos discursos tristes que se abonaban al lamento, apelaban al infortunio y a una amplia gama de excusas, siendo la principal el insuficiente potencial de la plantilla para aspirar a logros tangibles.

Lo presenciado desde mediados de agosto hasta este sábado prenavideño, no es broma. Cuantas veces hemos escuchado eso de que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Palabras que lo mismo sirven para referirse al acceso de un futbolista a la máxima categoría como al avance clasificatorio de un conjunto que abandona la tierra de nadie para compartir espacio con los poderosos. No, no es broma ver al Athletic arriba de nuevo, igual que hace un año a estas alturas.

Ahí radica la singularidad del actual rendimiento del grupo dirigido por Ernesto Valverde. El mérito, la grandeza y, muy especialmente, la trascendencia de cuanto está ofreciendo. Con su comportamiento transmite que no se trata de un fenómeno esporádico, pasajero, casual, algo que en ocasiones se produce gracias a una inexplicable conjunción de factores. Este Athletic sería más bien el resultado de que en su seno ha incubado el inconformismo, un arma que le hace refractario a la autocomplacencia.

No ha rebajado un ápice su grado de ambición. Ha catado la gloria y quiere más, lo cual le permite, por ejemplo, digerir la densidad de un calendario diseñado para los clubes ricos, una acumulación de partidos que suele resultar exagerada, a menudo letal, para los no llamados a opositar a los títulos. Lo viene haciendo con admirable naturalidad el Athletic, que inaugura el invierno con un balance de quince triunfos, siete empates y tres derrotas al cabo de veinticinco encuentros. Marca que rebosa elocuencia.

Sobre el secreto de este Athletic pujante, comentar que no existe tal secreto. Lo único que se esconde detrás de su rendimiento es la convicción de quienes integran la plantilla. La fe que destilan sobre la hierba no va de creer en algo etéreo, abstracto, que exija asumir postulados dogmáticos. Qué va. Es mucho más simple y muy terrenal, por cierto: han comprendido los jugadores cuánto beneficio les reporta ser fieles a la idea futbolística que el responsable ha acertado a articular.

Es decir, la premisa del éxito no es otra que la comprensión por parte del técnico de lo que tiene entre manos. De ahí sale el diseño de un plan de juego, con sus variantes y demás, pero también con unas directrices inamovibles. Un compendio de aspectos tácticos, físicos y mentales, que se amolda a los múltiples perfiles de los protagonistas (no hay dos jugadores iguales) y además consigue potenciar sus virtudes, rentabiliza las características de los protagonistas y, por supuesto, desemboca en una respuesta colectiva cargada de fiabilidad.

Al Athletic le encaja el apelativo de “hueso”, término de uso común en el fútbol que se utiliza, en tono admirativo, para describir la dificultad que entraña batir a un equipo. Le va como un guante: tres derrotas después de media temporada yendo de cara a pelear cada cita. Funciona el Athletic ajeno a la especulación y sin necesidad de recurrir a artimañas, bazas muy extendidas, que no son exclusivas de los más modestos.

A la vuelta de las vacaciones, le aguarda otra ración similar de partidos con la particularidad de que habrá un puñado de carácter decisivo, sin margen de rectificación. Partirá con el bagaje de lo ya aprendido, consciente de que merece la pena perseverar en lo realizado porque es como mejor le va a ir. Lógicamente, cabe que el discurrir de los meses haga mella en la cabeza y en las piernas, pero al margen de las posiciones de privilegio que ha conquistado a pulso y que, en concreto en la liga, le sitúan en ventaja respecto a rivales directos, dispone de un estímulo extra: acaba de ingresar en la lista de equipos que han contribuido a decorar las vitrinas del museo del club. ¿Qué más hace falta para seguir por la misma senda?