Tanto como para alegrarse, no; pero el emparejamiento con el Barcelona en la Copa no ha sentado del todo mal. Ni mucho menos. La resignación que provocaba este cruce después de haber experimentado tantos sinsabores en años recientes, no es lo que se percibía ayer. La calle ha reaccionado como corresponde al estereotipo del carácter bilbaino: tirado para adelante, lindante con la fanfarronería, socarrón. Esta vez, aunque comprometida, porque jugarse el pase en un partido siempre conlleva una cuota de riesgo, la eliminatoria llega oportuna. Coincide con el mejor momento del Athletic en muchísimo tiempo, apreciación en absoluto extensible al equipo catalán, y, encima, se celebra en San Mamés, donde no conoce la derrota desde agosto.

La primera impresión, en las antípodas del abatimiento, estaría por lo tanto fundamentada. Bilbainada sí, pero argumentada, con fuste. Sin duda, había otros rivales más apetecibles, pero esto en realidad nunca se sabe a ciencia cierta. Basta con recordar el chasco de la campaña anterior, cuando la previsión general hablaba de que frente a Osasuna a doble partido, siendo el segundo en casa, el billete para la final estaba garantizado. El personal daba botes porque, además, se había eludido a los cocos: al Real Madrid y al Barcelona les tocó pegarse por la otra plaza.

Aunque en el caso del Athletic sea posible hallar alguna excepción no muy lejana, normalmente presentarse en la final del torneo implica gestionar al menos un cruce difícil. Bueno, está servido, pese a que el Barcelona sufriera en exceso para superar a Barbastro y Unionistas de Salamanca, seguro que el miércoles ofrecerá una versión mejorada, sin punto de comparación. Tan seguro como que el capricho del bombo ha hecho menos gracia en el seno de Can Barça que en Lezama.

A los azulgranas les va la vida en su visita a Bilbao y no únicamente por el hecho de que acumulen semanas exhibiendo una serie de debilidades impropias de un aspirante a títulos. Precisamente por sus reiterados síntomas de flojera y desorientación, el Barcelona necesita con urgencia un punto de inflexión y saldrá a buscarlo a costa del Athletic. Acaba de quedarse a dos velas en la Supercopa frente a su eterno rival, decepción gorda que se añade el retraso que acumula en la liga. Xavi y sus hombres están obligados a echar el resto en la Copa. Más que nada porque en la actual coyuntura nadie en su sano juicio pondría un euro por sus opciones en la Champions. Conviene anotar esta reflexión a fin de medir bien el grado de complejidad de la cita de cuartos de final.

Desde esta perspectiva, será interesante comprobar la forma en que los entrenadores compatibilizan su duelo particular y el que negociarán previamente, el correspondiente a la liga del fin de semana. El Barcelona acude al Villamarín. No es preciso aludir a la importancia de los puntos, pero queda dicho que, sobre el papel, la Copa asoma como la tabla de salvación de su temporada.

El Athletic se desplaza a Mestalla, allí le aguarda esta tarde uno de los conjuntos que más problemas le ha generado. El empate a dos goles, sellado con un tanto de Berenguer en el minuto 97, se gestó a partir del descaro y el despliegue físico de un Valencia que sueña con revertir su prolongada crisis institucional y deportiva a través del acceso a plaza europea.

Xavi y Valverde deberán ingeniárselas para diseñar dos onces diferentes y válidos para responder a una exigencia máxima con pocas horas de margen para descansar y restañar posibles heridas de guerra. En fin, un trance delicado que al Athletic le pilla entonado, mientras que en el Barcelona todo parece estar manga por hombro.