Han pasado diez meses desde que Jon Uriarte tuvo a bien presentarse ante los medios para dejar sentado que el primer equipo iniciaba la temporada con la pretensión de superar lo realizado en años anteriores. Flanqueado por Ernesto Valverde y el capitán, Iker Muniain, el presidente expuso que las tres partes habían consensuado el objetivo deportivo: entrar en Europa.

El acto se organizó con la finalidad de exponer públicamente la voluntad de mejorar el balance del último lustro en la competición principal. No obstante, Uriarte tuvo que responder a una decena de preguntas sobre el futuro de Iñigo Martínez. A todas respondió escudándose en que las cuestiones contractuales eran de régimen interno y que el club ofrecería la información pertinente una vez las operaciones estuviesen culminadas.

A pesar de que a día de hoy sigue sin haber noticia alguna sobre lo que pasará con Iñigo Martínez, por la sencilla razón de que la directiva no ha movido un dedo para intentar prolongar su vinculación al club y por tanto nada tiene que comunicar, Uriarte no tuvo reparo alguno en declarar que ojalá el Athletic pudiese contar más años con el central. En torno a este tema concreto, en estas páginas se ha reiterado la incomprensible postura de Ibaigane. Parece mentira que precisamente este club, con sus limitaciones en el mercado, prescinda de su valor más consolidado y esté dispuesto a rebajar el potencial del equipo de cara a ejercicios venideros. Pero es lo que hay.

Volviendo a la cuestión central, Europa, la realidad indica que el Athletic puede aspirar aún a acabar entre los siete primeros. Confirmarlo requerirá que, tras el frenazo en seco que ha vivido en las tres jornadas recientes, reaccione de inmediato. Ya no está en condiciones de especular, va a necesitar no menos de tres victorias en los cinco encuentros pendientes a fin de optar a la séptima plaza, razonablemente la única que tiene a tiro. Compite con Girona, Rayo, Osasuna y Sevilla. Los citados y el Athletic figuran en un pañuelo de tres puntos.

Truncado el sueño de la Copa, que en la actual edición ha sido de lo más asequible si se repasan los contendientes (Alzira, Sestao, Espanyol, Valencia y Osasuna, el chollo que reservaba el bombo en las semifinales), el Athletic amagó en abril con hacer los deberes en liga, pero el tiempo ha venido a demostrar que carece de la solidez necesaria. Al igual que en años precedentes, falla en el momento culminante, cuando tiene a tiro la ansiada pieza. Es indiscutible que este problema, ya conocido, ha vuelto a manifestarse, aunque sería simplista centrar el análisis en los últimos marcadores adversos.

En un campeonato que prima la regularidad, ha habido otras fases del calendario en que tampoco ha sabido satisfacer las expectativas. Y es una lástima porque, por poner un ejemplo asequible, le hubiese bastado con ganar un partido al Girona y canjear uno de los dos empates con el Getafe por una victoria para que ahora el panorama fuese muy distinto.

A un mes del cierre del calendario, la situación del Athletic se ha tornado inquietante. Todavía está a tiempo de lograr el objetivo marcado en verano, pero dudar de que vaya a materializar las posibilidades que matemáticamente le contemplan, es muy legítimo. Adelantar acontecimientos entraña su riesgo, pero volver a quedarse sin premio puede acarrear consecuencias importantes para la entidad. Sobre todo, en vista de cuál está siendo el nivel de la categoría, con equipos muy modestos codeándose con los rojiblancos por terminar en el séptimo lugar, sin olvidar los apuros de aquellos que, como el Betis o el Villarreal y a diferencia del Athletic, han consumido una considerable porción de sus fuerzas en Europa.

En la peor de las hipótesis, no se trataría de ceder al impulso de pasar factura a los protagonistas de la famosa rueda de prensa del 10 de agosto, pero no hay que descartar que se pidan responsabilidades. O que el disgusto del entorno se plasme en una corriente de opinión más crítica que apunte directamente a los dirigentes y/o los profesionales. Cierto es que van cinco cursos con similar desenlace y no ha pasado nada llamativo, pero en el contexto de este nuevo mandato sería la sexta decepción. A nadie se le escapa que semejante dinámica entraña una serie de perjuicios a la entidad. Aparte del económico, señalado por las sucesivas directivas, está el que concierne al prestigio del equipo y, por añadidura, a la calidad de la conexión con el cuerpo social. Y sin duda, la directiva sería quien peor encajaría el golpe, pues sin el señuelo de Europa tendrá serias dificultades para justificar su gestión en áreas capitales, muy sensibles.