EL gol da y quita razones incluso en los amistosos, donde se tiende a relativizar el resultado aunque tampoco tanto como para no darle valor. En el segundo ensayo de la gira alemana pudo el Athletic reflejar su jerarquía en el marcador. Goleó y esa es la noticia porque también en el triangular del pasado domingo se hizo acreedor a algo más sugerente que el par de empates con que se retiró a la ducha. Esta vez, plasmó un índice de efectividad más acorde a su producción en ataque y en el rostro de los futbolistas se vio una sonrisa dibujada con trazo grueso. Anoche dormirían a pierna suelta. Vencer con holgura alegra el espíritu, carga las pilas de la confianza y da sentido al trabajo realizado, que es lo que en definitiva se persigue durante el mes y pico de preparación.

El equipo demostró estar en posesión de un nivel interesante ante Borussia Moenchengladbach y Duisburgo y sin embargo se quedó con las ganas. Volvió esa sensación que, a base de repetirse como el ajo, se convirtió en tónica a lo largo de la última temporada. Aquella letanía de que los méritos no se correspondían con los logros resonó en los oídos y en la memoria. Fue inevitable. Por fortuna, dicha inercia quedó interrumpida a costa de un contrario, asimismo inferior, que así todo se las arregló para maquillar limitaciones gracias a la típica y copiosa ración de lamentos que suele presidir el despliegue ofensivo del Athletic desde hace ya mucho tiempo. El Bochum no solo resistió entero hasta el descanso sino que encima se adelantó. La sorpresa fue efímera, esto es, no tardó la justicia en recuperar su espacio, algo que no siempre tiene lugar en el fútbol. De repente, por razones que habría que analizar o desentrañar, los rojiblancos hallaron la inspiración. Les salió a borbotones ese instinto tan añorado en los metros de la verdad y así rubricaron una voltereta demoledora.

La tarde aportó aspectos parciales que no conviene dejar pasar. Ernesto Valverde utilizó de nuevo dos onces y en el inicial el detalle llevó el nombre de Sancet, a quien ordenó ejercer de centrocampista, de interior. Vesga era el cierre, orientado a la derecha pero sin ataduras Sancet se ubicó unos metros más arriba, mientras que Muniain repetía en el puesto de enlace, por detrás del ariete, Guruzeta, debutante al igual que Adu Ares en el extremo izquierdo. Y Sancet dejó sentado que al conjunto le interesa que intervenga entre líneas y sin la obligación de recibir de espaldas. Y que cuanto más entra en contacto con la pelota, mejor fluye el juego; lo enriquece con salidas hacia cualquier lado apoyado en su enorme facilidad para controlar, conducir, ver pases. En suma, se trata de un factor de desequilibrio que la confección clásica del centro del campo que, en sus diversas versiones, ha actuado estas campañas no está en condiciones de aportar. Ya se verá en qué termina esta cuestión concreta, pues seguro que habrá que articular ajustes a fin de que la media y el grupo al completo no se resienta sin la posesión, en las fases y en los partidos donde la iniciativa se encarece y toca morder.

Primer acto: cuatro oportunidades muy claras al limbo, con mucho protagonismo de Berenguer, y un Bochum que vivió agobiado ante la presión constante que propuso el Athletic. La transformación integral del equipo en el segundo acto propició un duelo más parejo. La elaboración se resintió, poco por dentro y una tendencia evidente a buscar en largo a Iñaki Williams, quien regresó a la banda. No le fue mal. Un error de Capa, tan gordo como otro de Iñigo antes, supuso verse en desventaja sin que, la verdad, ello respondiese a lo que sucedía. Cierto que el Athletic perdió prestancia, pero no para ir perdiendo. De hecho, el portero del Bochum había evitado goles de Luis Bilbao y Vencedor. Hasta que a Raúl García le dio por sacar un as de la manga, una vaselina que Esser acompañó con la mirada hasta que se alojó en la red.

Y en adelante, la vorágine y la confirmación de cuál es el oficio de Villalibre. En dos duelos con el meta finalizó con la solvencia que se le exige a un delantero. De acuerdo en que eran ocasiones de esas que no pueden desperdiciarse, pero en el Athletic se escurren con el desagüe con una frecuencia desesperante. Williams se sumó al festejo penetrando en el área desde el costado y en media hora de rompe y rasga, exprimiendo la pegada de las piezas más avanzadas, el amistoso acabó como los cuentos antiguos: todos comieron perdices.