¿Estrategias para una arquitectura global del desarrollo?
La última Cumbre de Naciones Unidas celebrada en Sevilla ha pasado, en apariencia, desapercibida. Ensombrecida por la paralizante crisis de confianza del Gobierno español en un clima crispado de más que presunta corrupción, descontrol, incertidumbre y confrontación tanto interna (un presidente y gobierno de coalición en inestabilidad permanente que no termina de convencer o gustar a sus apoyos coyunturales) y con una oposición parlamentaria incapaz de formar un gobierno para lo que necesita el apoyo de terceros partidos que no confían en ella.
Desgraciadamente, el clima negativo y crispado del país anfitrión, contribuyó a que el Documento de Sevilla para la Financiación del Desarrollo se haya convertido en un par de mensajes mediáticos basados en una propuesta del compromiso de aportar el 0,7% del PIB para países en desarrollo (vigente y no aplicada desde décadas atrás) u otras “medidas mediáticas e ingeniosas” con ruido popularmente cautivador pero de escasa relevancia para el propósito global pretendido, como un impuesto a los pasajes aéreos de clase ejecutiva que el presidente español (Pedro Sánchez) se autopresentó como promotor. Sin duda, no era el mejor momento ni escenario para propuestas clave de un presidente y gobierno descalificados por el hecho de no haber sido capaces de aprobar su propio presupuesto desde el 2023 sin siquiera presentar un anteproyecto para el ejercicio 2025, sabiendo que no cuenta con el apoyo parlamentario necesario para comprometer recursos especiales. Un gobierno penalizado esta misma semana por la Comisión Europea retirando fondos del programa Next Generation por incumplimiento de compromisos exigibles para su materialización, al tiempo que se ve obligado a una especial contribución al “Rearme Europeo” en el marco de la OTAN y de la “nueva estrategia de Defensa y Seguridad europea”. Asunto este último de vital importancia cara a afrontar desde todos los Estados Miembro de la Unión Europea, contribuciones extraordinarias para el desarrollo global, en especial de terceros, ante su demandante estrategia de protección y seguridad en el marco de una “reiniciada autonomía estratégica” menos dependiente o acompañada por Estados Unidos.
El Documento de Sevilla es un Informe-Acuerdo amplio que recoge un largo listado de medidas ya de compromiso, ya de recomendaciones, o de “visto bueno” favorable a determinadas actitudes e iniciativas que deberían seguir, en los próximos años, los países miembros de la Organización de Naciones Unidas. Ahora bien, como suele pasar con estos documentos acordados, cada Estado Miembro lo aplica o no, según las circunstancias, voluntades y capacidades de cada momento, por lo que termina siendo un extraordinario ejercicio de análisis e información, una estupenda guía para diseñar políticas públicas y propiciar la movilización convergente de recursos privados, normas correctas para instrumentos organizativos, guías éticas y democráticas... pero sin carácter vinculante.
La base de este documento constata la imperiosa necesidad de repensar la financiación del Desarrollo, partiendo de una realidad objetiva, en que los pagos por endeudamiento que han de hacer los países no desarrollados (fundamentalmente) superan los recursos destinados a sanidad y educación, lo que profundiza su propio no desarrollo, su posibilidad de invertir en aquello que les permita construir un futuro deseable y avanzar en la mitigación que no erradicación de la pobreza. Así, toda Agenda de Desarrollo se aleja de los objetivos que la propia ONU, las Organizaciones Internacionales y Estados Miembro, se han propuesto. La desigualdad se instala (y crece). Según este mismo documento en sus análisis soporte destaca, entre muchas cosas, que la “nueva riqueza generada por el 1% de lo más ricos sería suficiente para cubrir los pagos del endeudamiento mundial de todos los países en desarrollo”.
Así las cosas, mientras el mundo (también el desarrollado) asume, día a día, nuevos compromisos de progreso en torno a nuevos desafíos, a la búsqueda de un mundo de Cero Emisiones, con la mitigación de efectos de cambio climático y “salvar el planeta”, asumir e incorporar las nuevas tecnologías disruptivas y exponenciales en nuestra vida diaria, explorar “rentas universales” que acompañen la inevitable “reinvención del concepto y mundo del trabajo y el empleo”, garantizar seguridad y protección ante un mundo de conflictos generalizados, animarnos a “reinventar la educación” y “emprender una profunda revolución den los sistemas de salud” atendiendo, también, los determinantes económicos y sociales de la salud, convirtiendo todos estos planes en derecho subjetivo más allá de propuestas programáticas deseables pero limitadas por la escasez o ausencia de recursos de todo tipo, siendo todo a la vez, de obligado cumplimiento. Y, por supuesto, reclamamos el rediseño de nuevas estrategias de industrialización y economía productiva, garantizando infraestructuras (no solo físicas, energéticas, institucionales y sociales), necesitados de fortalecer las frágiles democracias que hemos de cultivar, y la inaplazable obligación de intervenir ante todo tipo de catástrofes (desde sus planes y políticas de prevención), lamentamos que el esfuerzo realizado, los pasos dados, no vean su concreción (complejísima) en favor del objetivo prioritario y conductor que, tras la ONU, todos parecíamos buscar: Erradicar pobreza y desigualdad, generando esperanza de verdadero desarrollo y bienestar.
Como recientemente recordaban en un diálogo sobre el rol de Naciones Unidas, su ex secretario general Ban Ki-Moon y la ex Primera Ministra de Nueva Zelanda, Helen Clark, ya el presidente Harry Truman (Estados Unidos), con ocasión de la firma de las Actas Constitutivas de la ONU, hace 80 años destacaba: “El valor de estos documentos descansa solamente en la voluntad de los gobiernos miembro para aplicarlos”... y añadían que hoy, más que nunca, surge la necesidad del multilateralismo comprometido, capaz de “gestionar” múltiples alianzas convergentes. Y, en relación con la financiación al desarrollo, ponen el acento en la imprescindible transformación innovadora que genere una nueva arquitectura financiera y fiscal internacional con especial énfasis en la búsqueda de un espacio fiscal global, una solución a la excesiva deuda y su peso en la imposible respuesta equitativa desde los países más necesitados y orientados a la financiación de servicios públicos esenciales.
Una arquitectura, al servicio de un propósito. Sin duda, ni el Documento de Sevilla (con anteriores acuerdos previos años atrás en Cumbres similares), ni múltiples documentos en la misma línea (el propio Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, G-8 y G-20...) constituyen una novedad en un proceso y movimiento que a lo largo del tiempo viene buscando soluciones para “quitas compensadas con contrapartidas específicas de inversión en palancas de desarrollo”, compromisos “vinculantes” o iniciativas concretas monitorizables y concretables. Pero, parece de gran trascendencia profundizar en algún tipo de medida-compromiso concreto. Este documento y Cumbre han sido destacados estos días por el premio nobel de economía, Joseph Stiglitz, autoridad destacada en el tema y en los propios Organismos Internacionales en los que ha trabajado. En su calidad como presidente del Consejo Asesor Experto, redactor de “El Reporte del Jubileo” (Pontifical Academy/Social Sciences), “proponiendo un plan para abordar las crisis de deuda y desarrollo y construir una economía global sostenible centrada en las personas”. Así, de una u otra forma, el mundo, desde todo tipo de ideologías y políticas se plantea intervenciones radicales al servicio del bien común.
Hoy en día, inmersos en esta profunda “era de la reinvención”, acompañada de una imprescindible motivación generalizada para una sociedad esperanzada que crea en un futuro diferente del que debe ser protagonista activo, la financiación del desarrollo presenta extraordinarios escenarios que posibilitan nuevas maneras de concebir las industrias, los modelos de crecimiento económico, los espacios que hasta hoy se ven en el fondo del subdesarrollo y que poseen los recursos y activos esenciales para transitar el futuro. Son tiempos de oportunidad para el desarrollo, para la movilización de recursos con sentido, de la coopetitividad abierta, de la ruptura de silos, de la evaluación de rentabilidades económicas, financieras, sociales… y políticas en marcos amplios interrelacionados más allá de en acciones individuales. Son tiempos, también, de repensar las propias estructuras e Instituciones que proponen, promueven, gestionan (o deberían hacerlo) estas arquitecturas existentes que han de mirar, también, hacia dentro, con análisis crítico, al servicio de los propios valores que las originaron, y adecuarlas a los escenarios cambiantes, de hoy y de mañana. Todo un reto. Encontrar espacios y arquitectura de financiación del desarrollo, realista, que acerque a los países, poblaciones en desarrollo (en especial los menos favorecidos o marginados) a un desarrollo equitativo.
Bienvenidos los informes y acuerdos que reflexionan y dan luz a propuestas con verdadero propósito de igualdad y erradicación de la pobreza. Informes, ejercicios y apuestas que se alejen de proclamas demagógicas o “ingeniosas” sin fondo real, y que promuevan y ejecuten “la comprometida voluntad real de los gobiernos”, al servicio de la sociedad y el bien común.