Hasta hace poco se asistía a la ópera con fracs, corbatas y vestidos largos. Aunque el código de vestimenta formal no era obligatorio, se daba por hecho la regla tácita de que se debía vestir elegantemente. Las normas se han ido relajando, a la vez que el bel canto ha dejado de ser un espectáculo exclusivo y elitista. Una de las frases que más repite Juan Carlos Matellanes, presidente de ABAO Bilbao Ópera, es que “por menos de un café al día se puede ser socio y disfrutar de la temporada lírica bilbaina”. No es raro encontrar en Euskalduna a jóvenes –y no tan jóvenes– en vaqueros y zapatillas deportivas. Pero de ahí a acudir en pantalón corto y chanclas va todo un trecho. Eso, al menos, han pensado los responsables de la Scala de Milán. En concreto, han “pedido gentilmente al público elegir una vestimenta adecuada al decoro del teatro” y han advertido que no serán admitidas aquellas personas que vistan camisetas de tirantes, bermudas o chanclas. Es cierto que no resulta muy agradable tener vecinos poco vestidos y sudorosos en estos días de canícula, sobre todo, en estos teatros a la italiana que son pequeños y con las butacas muy juntas, pero la obligación de vestir tan decorosamente puede privar a los turistas, que aprovechan el día para visitar la ciudad, de disfrutar del bel canto. Una cosa es que se comporten como Atila y otra muy distinta que vayan en pantalón corto. La ópera no es elitista, salvo que queramos que lo sea.
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