Tengo muy claro que la lideresa madrileña no sufre de atiquifobia, ese miedo irracional, injustificado y patológico al fracaso y a cometer errores. Porque la política ‘popular’ los comete sin ningún reparo. Y además los justifica. Es el caso del uso del palacete de Rascafría, 4,3 millones de euros, que Ayuso utilizó un fin de semana. Un ejemplo de libro sobre la apropiación que hacen los ultraliberales del Estado y de todas sus prerrogativas. Lo usan y no lo justifican. Entienden que es suyo y que entra en ‘su’ lógica que esté a su disposición. Y si les caen críticas, se encienden. En su reacción, Ayuso decidió, además, hacerse la víctima. “Es así como funciona una dictadura comunista”, atacaba a los críticos al tiempo que tiraba de hoja de ruta ultraderechista e infiltraba en su discurso justificativo conceptos como ‘chavista’, ‘comunista’ o ‘Sánchez y su Falcon’. Más sorprendidos quedamos cuando a este retahíla de argumentos ciertamente infumables añadió lo de que ella se “paga” las vacaciones, incluyendo sus billetes de avión y restaurantes. Faltaría más, señora Ayuso. Nos alegra que se lleve el tupper de su casa y de que abone el vuelo o el capricho gastronómico. Es lo que solemos hacer el resto de los mortales ajenos a la cosa pública. Porque, claro, no todos tenemos disponibilidad de un pisito, por más de 4 millones, para hacer una escapada de fin de semana. Vaya cara.
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