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Mesa de redacción

Jontxu García

Fiestas con mal gusto

Sinceramente que Lamine Yamal cumpla 18 años y lo haga con una fiesta me importa lo mismo que un accidente de bicicleta en Pekín, que diría el bueno de Jupp Heynckes. Y hasta puedo pasar que organizara una fiesta digna del feed de un futbolista retirado con complejo de influencer. Ya se sabe de su amistad con Neymar y todo se pega menos la hermosura. Solo que en esa macrofiesta hubo algo mucho más repugnante: personas con enanismo contratadas como entretenimiento de un grupo de millonarios prematuros. Ahí estaban las estrellas del Barcelona, en medio de la música, las luces y los vídeos que se filtran aunque no se quieran filtrar: personas reducidas a decorado, a recurso cómico, a postal de fiesta mal entendida. Como si todo fuera risas de discoteca con reguetón de fondo y cero conciencia. Como si el dinero, de repente, volviera a justificar el mal gusto, como ostentar esa cadena valorada en 400.000 euros, o como si el talento futbolístico inmunizara contra la responsabilidad. El fútbol -y esto es viejo como el fuera de juego- siempre ha coqueteado con el exceso. Pero cuando el exceso consiste en convertir la diversidad en caricatura, ya no estamos hablando de fiesta, sino de espectáculo decadente. La fiesta no fue un error puntual. Fue un síntoma de un fútbol que sigue permitiendo que la genialidad sirva de excusa para la ignorancia.