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Arte para (no) sentarse

La noticia de que un turista ha destruido una obra de arte al sentarse sobre ella en Verona para hacerse una foto me ha hecho recordar una disparatada anécdota que me pasó hace tiempo. No voy a decir el nombre del artista, sólo mencionaré que en aquella época estaba considerado como una de las jóvenes promesas del arte vasco. Afortunadamente, se quedó en eso, en una promesa porque poco tiempo después desapareció de la escena artística. Quedé con él en una galería de Bilbao para entrevistarle y cuando fui a coger una silla para sentarme que estaba en medio de la sala, que bien podía estar en mi cocina, escuché un grito que me dejó paralizada. Esa era su obra de arte, llevaba un mes entero estudiando el espacio de la galería para determinar dónde iba a colocarla. Se acabó la exposición... y la entrevista. Entonces, aquello me pareció una imbecilidad pero con el tiempo he aprendido que no hay que poner límites a la creación. Marcel Duchamp lo explicó bien claro: “Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética”. Ha pasado algo más de un siglo desde que colocara un urinario boca arriba sobre un pedestal y lo llamara La fuente. Ahora, su simple orinal es nada menos que la obra de arte más influyente del siglo XX, los amantes del arte hacen peregrinaciones para verlo en persona. Duchamp murió en 1968, aclamado por sus teorías radicales sobre el arte.