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El bodorrio

Hace ahora veintiún años a un jefe se le ocurrió que podía ser una buena idea que fuera a Madrid para escribir la contra crónica de un bodorrio. Se casaban Felipe y Letizia y, como en todos los medios, se iba a dar mucho jabón, y rociar el enlace con toneladas de almíbar, me tocaba poner la nota ácida. Aquel 22 de mayo de 2004 la climatología me lo puso fácil porque llovía a mares, y no hay vestido ni desfile nupcial en Rolls-Royce que resista el diluvio universal. No había que ser Nostradamus para calibrar que en mayo podía llover, aunque la tormenta con rayos y truenos fue de traca. La novia lucía tiesa y estirada, como es habitual, el traje le bailaba en su ya achicada silueta, y el beso fue soso, no, lo siguiente. Con Rouco Varela al mando, la misa fue un tostón. Tampoco tuve que hacer grandes esfuerzos con la animación de la que se encargó, como es un clásico, un tal Froilán, y del entretenimiento, Ernesto de Hannover, que se coció y, con una resaca del quince, dejó tirada a Carolina de Mónaco. Estuve acreditada en un lateral de La Almudena, por eso no presencié las colas en los baños que fueron antológicas. Aunque ya estaba Revilla para contarlo. Así que cuando aquel mediodía cogí el avión de vuelta, tenía bastante claro el enfoque del artículo. Menos mal que no me invitaron al convite ni a la barra libre porque hace tiempo que eso sale más caro que dar la entrada de una hipoteca.