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Mesa de redacción

Jontxu García

Puñales y mensajes

Que Pedro Sánchez y José Luis Ábalos intercambiaran mensajes no sorprende a nadie. Que esos wasap iban acabar en manos de un periodista, tampoco. Lo que sí deja un sabor amargo -como el café frío que se olvida en la mesa del poder- es el modo en que las lealtades se diluyen en cuanto sopla el viento judicial. Ábalos, ministro todopoderoso en tiempos de pandemia y mascarillas voladoras, ha pasado de escudero de confianza a verso suelto. Y no uno de esos versos de Alberti que suenan en mítines, sino más bien de los que se tachan con rabia en la madrugada. El exministro reconoce ahora que permitió la filtración de parte de sus mensajes con el presidente. “Una persona de confianza”, dice, como si eso exculpara la puñalada. No era una filtración: era un ajuste de cuentas en 140 caracteres. Más que una estrategia jurídica, es una vendetta emocional. Y eso, en política, siempre huele a pólvora. La pregunta es, además de lo repugnante que es filtrar mensajes privados (aunque la ley sea ambigua y el código ético aún más), qué clase de política se cuece cuando los chats sirven para construir titulares, cuando un wasap vale más que un argumento, y cuando todo puede utilizarse como arma, incluso lo que antes se compartía entre compañeros de gabinete y comidas con sobremesa larga. Lo que sí nos deja claro es que en la política española los mensajes no se guardan, se filtran.