Bilbao necesita gaztetxes. Pero gazte de verdad, un lugar en el que los adolescentes puedan reunirse y tener actividades de todo tipo.
Ser adolescente es un rollo. No son niños y tampoco adultos. Ven cómo se aproxima la soga al cuello de encontrar en definitiva una vía de ingresos que les permita mantener el estado de felicidad de la infancia. Ven cómo se aleja a pasos agigantados la niñez y finaliza la extensión inorgánica de la placenta, el escudo de protección de los padres.
Desalojo del gaztetxe de Rekalde
El desalojo, la semana pasada, del gaztetxe Etxarri nos trasladó a Kukutza, un icono del movimiento okupa en la ciudad. El espíritu de ambas iniciativas es insuperable: utilizar un inmueble abandonado para uso social. Ocurre que esa iniciativa choca con un muro infranqueable: el de la propiedad privada. Más cuando el dueño tiene al alcance la oportunidad de rentabilizar un lastre que ha arrastrado durante años.
La batalla del pasado jueves en las inmediaciones de Etxarri solo es responsabilidad de quienes se alimentan de la bronca. La manifestación pacífica del viernes fue todo lo contrario. Más de mil personas, entre las que había veinteañeros pero también estaban los que hace 14 años protestaron por el fin de Kukutza. Y esto me lleva al inicio del texto: el espíritu de gaztetxe debería formar parte de la oferta que damos a los adolescentes, con fórmulas seguramente diferentes, pero ofreciendo alternativas de ocio al botellón.