Uno abre el periódico –vaaale, la app, qué quieren, soy una romántica– y se encuentra a Trump jugando en solitario al monopoly con millones de fichas de carne y hueso. Sí, pueden irse dando por aludidos, ustedes también están sobre ese tablero. Si no fuera porque es la banca, no deja de liarla parda y todos sufriremos las consecuencias de su arancelitis aguda, cualquiera diría que es un personaje ficticio de una tira diaria, una caricatura hiperbólica del típico gobernante henchido por sus decisiones tan surrealistas como peligrosas. Pero no. Sea en papel –snif– o en digital –renovarse o morir–, el susodicho existe en el mismo espacio-tiempo que usted y que yo, así que solo nos queda pasar página –snif– o deslizar el dedo por la pantalla –que también tiene su aquel– sin recrearnos en qué va a quedar la cosa porque cada día nos desayunaremos con una y para amargo, el café. El café y los 335 despidos en Bridgestone Basauri, que así, leídos a mogollón, impactan mucho, pero pensados de uno en uno acongojan más. La incertidumbre que se adueña del dormitorio e impregna la almohada, la lágrima de impotencia que cae sobre un plato de lentejas, la ansiedad que no se quita ni bajo la ducha, el no saber qué hacer, ni qué decirles a tus hijos, ni qué va a ser de ti. Vuelves la hoja o haces scroll, pero si lo has sentido un instante, ese pellizco de angustia te acompaña.
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