En esta era donde el telespectador se sienta a devorar series entrada la noche mientras uno prefiere dedicar esas horas al descanso, tampoco servidor ha podido escapar al fenómeno en boca de todos, Adolescencia, un retrato de ficción en cuatro capítulos que muestra la descarnada realidad de cómo nuestros chavales han normalizado la violencia y la misoginia en un ambiente donde crecen con la agresión como lenguaje cotidiano, influenciados por el mundo virtual y por la omisión que entre todos estamos haciendo de sus peligros. Más allá de la excelencia audiovisual y la masterclass interpretativa de la obra, que recurre a cuatro planos secuencia para la totalidad del metraje, el golpe de autenticidad es avasallador. Se cuenta cómo Jamie Miller, un joven de 13 años, es acusado por asesinar a Katie, una compañera de escuela a la que apuñaló siete veces con un cuchillo de cocina. Pero lo que nos desvencija es las pautas de comportamiento que se producen en un entorno que los padres dan por seguro, el colegio, que no es más que la prolongación de lo que construimos en el exterior. El desgarrador final, más que respuestas, nos ofrece preguntas y reflexiones sobre todo lo que conocemos pero siempre preferimos obviar, y donde queda al descubierto cómo todos somos responsables de la sociedad que estamos deconstruyendo a nuestro alrededor: el detrimento brutal de los valores en una nueva generación que ve la vida en blanco y negro.