A medida que avanza -en círculos, eso sí- la administración Trump, se percibe cada día de forma más nítida el problema que tienen los ciudadanos y las empresas de Yanquilandia. En algún momento del siglo pasado, en el Reino Unido se dijo que Europa estaba aislada de las islas británicas por una densa niebla en el Canal de la Mancha. Hoy EE.UU. ve cómo se expande la bruma por su litoral, la soledad que acompaña a quien solo ve enemigos a su alrededor. Lo dice Boeing, que es un icono de la economía del país y que depende de las piezas que compra más allá de las fronteras que Trump se empeña en remarcar con el rotulador con el que firma decretos. El gigante de la aeronáutica advierte de que ese camino tiene muchas curvas, porque las guerras de aranceles tienen cierto parecido con circular en sentido contrario por una autopista, que nunca sale bien. El índice de confianza del consumidor y el indicador de expectativas estadounidense emite las primeras señales de alarma en torno a una crisis. El hombre más rico del planeta, Elon Musk, está sufriendo una caída de ventas, podría decirse que un boicot, por su participación en el Ejecutivo al mando de una grúa de de-molición. El América para los americanos no encaja en la época en la que Nike o Apple fabrican en Asia y venden en los países a los que Donald Trump ha decidido presionar para imponer su imperio. La espiral es tan perversa que es difícil que las empresas de EE.UU. no reaccionen para hacerle cambiar el paso.