Como afirmó Rajoy en aquel debate con Sánchez, “es una afirmación ruiz”. Quiso decir ruin, es decir, miserable, canalla, despreciable... Que es lo que se puede aplicar a las palabras de Miguel Ángel Rodríguez en su último ataque a las víctimas de la residencias en la Comunidad de Madrid durante la pandemia. Podríamos recurrir a un epíteto más grueso porque no supondría mayor atentado contra el honor que los que asiduamente comete el brazo derecho de Ayuso. Porque no se puede ser más perverso cuando, en lugar de recoger cable a sabiendas de aquella vil gestión, prefiere sacar la cabeza para provocar más dolor y revolver los estómagos de los afectados (ejercicio político que tiene en Mazón a su discípulo). El desastroso manejo de la situación en lo que afectó a esos centros de mayores se sufrió en diferentes puntos del Estado –aquí también, sí, doy fe, y créanme que no mejoraría de reproducirse otra crisis semejante–, solo que algunos tuvimos suerte de que al menos los nuestros murieran en la cama de un hospital aunque no pocos de esos fallecimientos fueran evitables, lo que nos impide olvidar. Pero lo acontecido bajo el mandato de la presidenta 7.291, estimación de las vidas perdidas en los hogares de los ancianos por los protocolos de la vergüenza, supera los límites de la maldad y le perseguirá para siempre. Su justificación irá inmortalizada en su lápida política: “Al final, iban a morir igual”. Solo esto ya les debería haber sentenciado.
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