LA semana pasada ha visibilizado a un nuevo agente de la galaxia de las grandes compañías tecnológicas: DeepSeek. China da un paso de gigante en la carrera de la inteligencia artificial y abre otro frente con EE.UU., con quien se disputa desde hace años la primera posición en el ranking de la economía mundial. Dicen los expertos que esta batalla es además, y sobre todo, la del software gratuito y abierto –modificable por el usuario– y el de pago y, por tanto, cerrado para su reprogramación. Así que han circulado por la red vídeos que celebran el triunfo de DeepSeek, que ha logrado una herramienta de IA similar a la del gigante OpenAI con menos recursos económicos y tecnológicos–básicamente microchips menos potentes por las restricciones a la importación que le impone precisamente EE.UU.–. Qué desgracia tener que depender de un monstruo del capitalismo más exacerbado o de una dictadura pseudomarxista en esta o en cualquier otra cuestión. El caso es que si DeepSeek no oculta la verdad ha logrado con seis millones de dólares, poco más de lo que le ha costado al Athletic el fichaje de Maroan Sannadi –unas migajas en el mercado del fútbol–, revolucionar una tecnología que es clave para el futuro. Mientras OpenAI levantó 6.000 millones a finales del año pasado en su última ronda de financiación y ya ha invertido cientos de miles de millones. DeepSeek, como código abierto, acelerará el desarrollo de la IA en otros países. Y aún así, viniendo de donde viene, me invaden las dudas.
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