No escribiré sus nombres. No les daré el gusto de otro clic, otro nanobit de desinformación en ese mundo irreal en que viven, del que viven. Si es vivir lo suyo, si puede llamarse vida. Además, ni siquiera hace falta, todo el mundo les conoce. Había ya decenas de cadáveres pero solo era el inicio del inmenso drama del recuento. Y lo sabían. Porque lo sabían. Pero pretendieron salir del lodazal, cuando no que el barro manchara a otros. Fue como un acto reflejo. El responsable autonómico señaló a un ministerio y su ministro apuntó a la responsabilidad autonómica. Y algún líder político pretendió, sin reparo alguno, sin vergüenza el sinvergüenza, convertir la tragedia en herramienta de oposición en un boomerang de descrédito. Qué importa quién, de dónde o cómo si deben hacerlo todos, entre todos, todos juntos. Cállense. Y hagan. Aunque no se sepa. Movilicen equipos, medios, todos los que se precisen y más incluso; limpien, repartan auxilio, socorro, protejan a la gente, rescaten a los incomunicados, busquen a los desaparecidos, preparen infraestructuras de emergencia, reparen las que sea posible, aprueben la concesión inmediata de ayudas, que no suceda como otras veces, y proyecten y desarrollen planes inmediatos de reconstrucción, recuperación y reordenación urbana y del territorio que siquiera limiten la fuerza incontenible de la naturaleza. Hoy. Ya. O váyanse. Al guano. Ahora mismo.
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