"Un hombre mata a su pareja en Santutxu". Así, a secas, brotan la indignación y la condena. Pero llega la coletilla: “Al parecer, tenía problemas psiquiátricos”. Y ahí ya, sin restarle gravedad al asunto, los comentarios circulan por cualquier derrotero. “Es un asesinato machista y ya”. “Si tiene una enfermedad mental, igual es inimputable”. “Eso pasa porque falta atención en salud mental”. Para entonces, revolviendo con el palito de plástico el café de máquina, se ha diluido con el azúcar la víctima. “Una menor muere atropellada por un tren en Moncada”. A bote pronto, “qué tragedia, pobre chica”. Luego, alguna especulación: “Igual iba distraído mirando el móvil”. Y, más tarde, la coletilla: “La maquinista ha dado positivo en drogas”. La prueba “no es concluyente”, ni falta que hace, porque ya hay culpable en el dictamen de la barra del bar o la cola de la pescadería. “Desde luego, tendría que ir a la cárcel”. No importa si la barrera del paso a nivel estaba bajada. Para qué reparar en las 182 personas que han fallecido arrolladas en el municipio o exigir medidas. Ya han apurado el vino, ya le han limpiado las anchoas, caso zanjado y a otra cosa. “Una joven es agredida sexualmente en Uribitarte”. A falta de coletillas, habrá quien adivine, como siempre, la nacionalidad del detenido, acuse a todos sus compatriotas de robar y, si me apuras, de comer mascotas, como Trump. Bajo toda esa palabrería, por cierto, quedan sepultadas las víctimas.