Si esperaba disfrutar estos días del último chupito de vacaciones y la DANA le ha servido un granizado sin pajita ni vaso o una tormenta eléctrica ha estado a punto de recargarle el móvil, el coche y a usted mismo en plan desfibrilador, le acompaño en el sentimiento. Al menos eso que lleva por adelantado de cara a aclimatarse a su regreso, porque no es lo mismo aterrizar en Euskadi con el neopreno puesto que venir en havaianas y pisar un charco al salir del coche, que te dura el bajón hasta que empiezan las extraescolares. Salvo los que veranean por la zona norte, que están acostumbrados a desplegar lo mismo la sombrilla que el paraguas y, en vez de droga, llevan en el doble fondo de la maleta un forro polar, el resto se ha podido quedar con el bañador puesto y sin planes. Cuidado si, por puro aburrimiento, le da por encender la televisión, que hay canales afanados en descuartizar sucesos. Y más cuidado todavía si decide ir al famoso súper en el que la peña queda con una piña para ligar. A las siete o’clock, para más señas. No creo que nadie tenga la intención, pero como hay mucho miope, por si acaso, quédense con mi cara y a mí ni se me acerquen porque les incrusto la piña en la chaveta y les hago un tocado que me río de Janeiro. Y ni se le ocurra chocar mi carrito si la ven del revés, que los chavales lo mismo me la colocan haciendo el pino que me planchan el pan de molde poniendo encima una sandía.