Sé que a los más veteranos, aquellos que conocieron una ría de Bilbao en modo cloaca nauseabunda, les puede parecer inaudito que propugne un mayor uso del cauce fluvial que alumbró la metrópoli que hoy conformamos. Es lógico, aquellas aguas a las que se daba la espalda para evitar tan solo mirarla dejaron demasiada huella en todos los sentidos. Hoy el escenario acuático es radicalmente opuesto. La recuperación de la vida y el oxígeno en el agua de la ría nos ofrece un recorrido atractivo y deseable. Un itinerario fluvial que, flanqueado por unos grandes paseos, llevan a pensar que la actividad flotante tiene que intensificarse. Un dato. La ría puede convertirse en la avenida más importante del área metropolitana si se le saca un partido conveniente. Y no solo a nivel turístico o de ocio. Las embarcaciones y actividades con estos objetivos ya forman parte del imaginario visual de la población local y los foráneos se pirran por un paseo flotando. Pero la ría tiene que crecer por otros caminos. Dotarle de otras actividades, como por ejemplo, implantar un Bilbobus fluvial o permitir negocios ribereños, es esencial para que el cauce tenga más vida por encima de la línea de flotación. Sé que es difícil. Sé que se están dando pasos, como esa ventanilla única que aglutina peticiones a las múltiples administraciones que tienen competencias en el cauce, pero el proceso va muy lento. Demasiado. La ría es un diamante en bruto que hay que pulir y aprovechar cuanto antes.
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