El otro día una gran tragedia en un pueblo perdido se convirtió en carne de cañón para los agitadores ultras de la extrema derecha. Dénles a algunos tres escaños en el Parlamento Europeo, y arremeten contra todo bicho viviente. Sobre todo si son inmigrantes y sobre todo, si por medio se acuchilla a un crío de once años, a pesar de que el asesino confeso sea un chaval que vive en la casa de al lado. Desde que Alvise Pérez tiene su acta de eurodiputado entre los dientes, ha disparado su campaña de bulos, odios y difamación. Desde que goza de la inmunidad parlamentaria, el de Se acabó la Fiesta criminaliza a aquellos de piel oscura, y raza que no sea rojigualda, y les atribuye toda suerte de horribles hechos delictivos. Eso sí, si el homicida es un comisario de la policía jubilado que acaba con la vida de dos mujeres, o el agresor, un ertzaina, ni está, ni se le espera. El individuo Alvise es de esos delincuentes aforados de los que debería ocuparse el juez Llarena, un tal Peinado y compañía. Porque estos tipos se han convertido en acosadores y linchadores de redes, outsiders de pacotilla, que alientan campañas tremendas en busca de no sé qué enemigo fantasma. Pero tienen una parroquia de 800.000 fieles aborregados que les encumbran en las urnas. El 70% de sus votantes son varones menores de 44 años, dicen las encuestas. Ceporros integrales, digo yo, que se informan en Tik Tok, y que no han leído una página ni el wáter.