El escapismo del president Illa para ausentarse del homenaje a las víctimas del 17-A e irse de vacaciones a Lanzarote junto a Sánchez, el enchufismo de allegados en el Govern o su decisión de nombrar consellera de Salut a alguien que acusó a los sanitarios de trabajar poco y que defiende la privatización, iban a ocupar estas líneas hasta que, desde una esfera ideológica presuntamente opuesta y que opera con mayor proximidad, el obispo de Bilbao, Joseba Segura, desató mi caja de los truenos. Uno, que se considera cristiano, incluso creyente y, desde luego, expracticante por cosas así, hace suya la valoración del Consejo Vasco de la Juventud acerca de su homilía, propia de clanes ultras como Hazte Oír, cuando, en vez de ocuparse de los muchos problemas reales que acechan a la Humanidad, dedicó su pregón de la Virgen a soltar que “no se puede ser hombre, mujer o cosa intermedia a voluntad”. Soflama no ya casposa y alejada de la sociedad, que ha abandonado la feligresía por actitudes similares, sino tránsfoba y dirigida contra un colectivo que, por mucho que el personaje se empeñe, no se detendrá. Haría bien la Iglesia -donde me consta que hay en su estructura voces que difieren de tal pensamiento- en mostrarse genuflexa y afanada en redimir sus pecados, en embellecer su alma y olvidarse de cómo uno cuida, determina o hace lo que quiere con su cuerpo. Si Segura pone su cargo a disposición de Dios, estoy seguro de que sería expulsado.