Los mandos de la tele tienen mucho peligro. Les aviso por si estas vacaciones les da por hacer zapping fuera de su plataforma de cabecera y se pegan un susto que ni si ficharan a Nico. Por ejemplo, algunas cadenas por las mañanas programan okupas. De esos que tiran por las ventanas, además de los calcetines como todo quisqui, bolsas de basura, destrozan a martillazos las puertas y los nervios de los vecinos y hacen sardinadas en el portal. Sin ser fiestas, digo. La cosa es que a los pobres reporteros les mandan a su felpudo -bueno, al del dueño del piso- a ponerles la alcachofa como si alguien que atormenta a una comunidad estuviera en su sano juicio. Luego ya si eso, cuando han largado de lo lindo, matiza el o la presentadora de turno sin despeinarse desde plató. Hasta seis minutos de entrevista contabilicé ayer a una okupa que decía haber visto un cadáver en otra vivienda y justificaba no haber llamado a la Policía porque no le dejaban los asistentes. Supongo que sociales. Una vez la despidieron, el conductor del espacio aclaró: “No me creo nada”. Que digo yo que si el testimonio, antes del directo, no tenía ni pies ni cabeza, podrían haberle dedicado ese tiempo a otra cosa, como al desorbitado precio de la vivienda, a las personas con problemas económicos y de salud mental, a la necesidad de acelerar los desalojos y acoger a quien lo necesite... Otro día le regalaron diez minutacos de pantalla a la okupa de un chalé. Advertidos quedan.
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