Pinganillos en el examen de conducir, chuletas para rascar puntos en selectividad... La ley del mínimo esfuerzo tiene su público, aunque antes los copiones escribían los textos y ahora le piden a la IA que les haga un resumen y se lo imprima en miniatura. No es solo cosa de bachilleres. En 1º de la ESO ya hay quien le saca chispas al ChatGPT, que ha venido a sustituir al alumno-ong, el que dejaba sus ejercicios a todo quisqui con una paciencia de santo Job. Ahora basta con darle indicaciones a la aplicación y voilà, te crea en un clic una poesía a lo Gustavo Adolfo Bécquer, mientras el pringado de tu compañero, que se está estrujando las neuronas al estilo tradicional, tarda horas en componer una chufa. A ver quién es la lista que lo convence de que su esfuerzo y su 5 pelao tienen mucho más valor que el 7 del otro y la tarde que se ha pasado jugando a la Play.
Recuerdo a un profesor que hacía apología de las chuletas con el razonamiento de que al menos así los pasotas adquirían la capacidad de síntesis y, al copiar las ideas principales, algo se les quedaría. A mí lo único que se me queda es cara de boba cuando intento que las criaturas avancen con el sudor de su frente, mientras las adelantan en bólidos. “Ama, tú de esos estudios en los que nueve de cada diez médicos recomiendan serías la que no recomienda”, me dice el crío. Todavía no sé si es un insulto o un halago. Lo que tengo claro es que como en la vieja factoría, IA, IA, o, pero ni con un canuto.
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