Las clarisas son seguramente la orden de monjas de clausura más conocida y querida por la población. Sus dulces forman parte de su ADN allí donde se instalan y es a través de esa ventanita a la calle que tienen los conventos para vender sus productos como llegan a la gente. Su vida, entre misteriosa y desconocida, suscita la curiosidad en aquellos lugares donde se encuentran. Que no salgan a la calle ni hablen con sus vecinos y vecinas en aras a una vida de recogimiento que asumen al entrar en la orden resulta, cuando menos, extraño en pleno siglo XXI. Precisamente por esa vida discreta que llevan, lo ocurrido con las monjas clarisas de Belorado y Orduña fue recogido ayer por numerosos medios de comunicación. Se van y lo hacen dando un portazo. Con comunicado en el que alto, claro y sin miramientos se quejan del Papa. Y la verdad, lo hacen por un tema muy del siglo XXI, o sea un asunto inmobiliario y de dineros. En resumen, no les dejan vender un convento para comprar otro. “Nos van a denominar herejes y cismáticas, locas y muchas cosas más, muy calumniosas y desagradables. No os lo creáis, al menos por esta vez, que no os engañen”, han dicho en un comunicado. El Arzobispado ha exhortado a todos los fieles a que se abstengan de participar en ningún acto litúrgico realizado en el Monasterio de Santa Clara de Belorado ni en el Monasterio de Santa Clara de Orduña. La Iglesia ha topado con la Iglesia.