LA apertura de negocios de barrio, esos que tanto hacen falta para dar vida a los municipios, está siendo casi monopolizada por los emprendedores allende nuestras fronteras. Las fruterías gestionadas por marroquíes y argelinos salpican calles y plazas, peluqueros latinos miran de reojo a los pakistaníes diestros con la tijera, dueños de locales hosteleros son de razas diversas y tiendas de moda con diseños africanos pululan sobre todo en Bilbao. Y, cómo no, los chinos acaparan los bazares desde hace tanto tiempo y sus segundas generaciones ya atienden en euskera y castellano sin rubor. Son establecimientos low cost en su decoración, que aprovechan el material del negocio precedente, fuera cual fuera, y exhiben en sus escaparates precios muy por debajo del nivel medio de otros negocios similares regentados por locales. Otra característica delata a todos ellos. Su horario continuo de apertura y su permanencia sempiterna. Hasta ahora. Muchos de estos comerciantes empiezan a empaparse de la dinámica comercial del primer mundo. De hecho, ya restringen sus horarios maratonianos. He sido testigo de cómo una frutería de una pareja boliviana cerraba durante un mes por vacaciones y dos fuentes distintas, de total credibilidad, me han asegurado que en sus respectivos barrios ha cerrado un chino. Ahí es nada. Seguro que carecen de conciencia sindical, pero poco a poco se van pareciendo más a los negocios locales. ¿Cuándo llegará la equivalencia en tarifas y calidad?