NUESTRAS actividades diarias, nuestras intimidades, nuestra vida, son cada vez más públicas. Y es así por dos vías principales. Una ante la que la impotencia es la única opción. La otra en la que cada uno debería actuar aunque a la mayoría no parece importarle. Las cámaras que nos vigilan a diario en las urbes vizcainas son multitud. Son policiales, en cajeros, interior de comercios, las playas en verano, en San Mamés, el Bilbao Arena, incluso en comunidades de vecinos. Haga la prueba. Casi seguro que realiza un trayecto de medio kilómetro andando por Bilbao buscando dispositivos vigilantes y su radio de acción cubriría todo el recorrido. Ante este gran hermano cada vez más gigante, no hay alternativas para evitarlo. Sí es viable la otra exposición diaria que tiene las nuevas tecnologías como herramienta. El afán exhibicionista de una buena parte de la sociedad lleva encontrando terreno abonado desde hace años en las redes sociales. No entiendo cómo el personal se muestra sin rubor en cualquier tipo de actividad por frugal que sea. Los hay recalcitrantes que exponen todo tipo de intimidades, que si tuvieran que hacerlo en persona ante los miles de seguidores que le cotillean sus cuentas estoy seguro de que lo evitarían. Porque esta proyección voluntaria es cada vez más peligrosa. Espero que la teoría del péndulo impere; y no es necesario que sea al 100%. Me conformo con que los exhibicionistas digitales apenas se abrochen la gabardina que hoy tienen totalmente abierta.