EN vida su sobrepeso le generó numerosas críticas, pero ni muerta ha conseguido librarse de ellas. Nada más conocerse el fallecimiento de Itziar Castro, las redes se llenaron de comentarios despectivos. Desde sus inicios, la actriz se enfrentó a la discriminación por el peso, pero nunca permitió que la gordofobia silenciara su talento o su espíritu. Se convirtió en una defensora de aquellos que, como ella, eran juzgados por su apariencia física. “Soy una gorda feliz”, comentó en varias ocasiones. Tras su muerte, muchos hemos conocido que padecía además lipedemia, por la que la grasa se acumula en la parte inferior del cuerpo provocando mucho dolor y pesadez. Pero su repentino fallecimiento ha desvelado lo gordofóbica que es la sociedad en la que vivimos. Puta, sudaca, maricón, negro, bollera, moro, enano... y, por supuesto, gorda. No son insultos, pero se usan como tal. Vivimos en una sociedad que humilla, invisibiliza, maltrata, ridiculiza, excluye y violenta a un grupo de personas por el hecho de tener una determinada característica física. Desde los anuncios en televisión, a las tallas de moda, pasando por el tamaño de las butacas de los aviones están configurados para las personas delgadas. Las normas dictan qué cuerpos son aceptables y deseables y cuáles no, además a la mujer se le exige más que al hombre. Hay que romper con los cánones de belleza y normalizar el cuerpo de la mujer.

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