Informar acabará tipificado como delito. No es un absurdo. Esquilo dijo hace ya 26 siglos, quinto a. C., que “la verdad es la primera víctima de la guerra”. Tenía motivos para saberlo tras pelear en las batallas de Maratón y Salamina. Hoy, cuando es más complicado ocultar la realidad pero hay más tecnología que nunca para tergiversarla en redes de propiedad confusa, expresión obtusa y ética difusa, cuando la guerra (Ucrania, Gaza, Siria, Yemen, Birmania...) es otro virus que se expande y amenaza a la humanidad, los tentáculos del poder se cierran sobre la información, ahogándola. No hay que ir a Rusia. Ni a Turquía o Irán. Ni a El Salvador. Ni a Israel, que cierra medios no afines y emite una protesta diplomática contra la BBC, paradigma universal de virtud informativa. No hace falta vestir el chaleco con la leyenda Press para ser perseguido. The Guardian, diario referente de la izquierda británica, despide a su histórico viñetista Steve Bell por una caricatura de Netanyahu. En el Estado, y es solo un ejemplo, a los editores de la revista Mongolia se les juzga por una portada con un belén que, salvo la historia bíblica, nada tenía que ver con Cisjordania. Y hay censuras más taimadas. La asfixia económica a medios e informadores hasta esclavizar su información y someterla a los márgenes que necesita el poder, sea este o aquel, económico o político, es la llave mataleón que estrangula la verdad, víctima como dijo Esquilo.